Hospital General de Niños “Dr. R. Gutiérrez”, Unidad de Psicopatología y Salud Mental, Equipo de Interconsulta: en el marco del curso "La construcción del ideal materno y la naturalización del amor maternal. Experiencias en el Hospital de Niños de Bs. As.”, realizado en este Hospital en el año 2005, Laura Eiven disertante, junto a María Luisa Peralta y Gabriela Adelstein, de la charla titulada “Modos de constitución familiar y nuevas configuraciones vinculares” realizada el día 2 de noviembre de 2005.
foto: Mariel Simonini
en la foto: Laura Eiven, Gabriela Adelstein, María Luisa Peralta
Laura Eiven
La salud en desorden
Quiero contarles que hoy estoy aquí en lugar de otras, además de estar en mi lugar, que es el que quiero o podría ocupar, digo, no en la mesa como expositora, sino el del deseo de ser madre.
Ponerse en lugar de otrx merece un cambio de posición que no siempre estamos dispuestxs a realizar. Parece que marea o resulta por demás inconveniente o incómodo, según la horma que nos toque en gracia o desgracia, por supuesto. Algunas aprietan por demás y nadie quiere, sostenerse demasiado en pensar/sentir cómo será. Igualmente resulta valioso poder pensar en quienes no son como unx, sin necesidad de tránsito o pasaje alguno más que la propia humanidad y la valoración de la vida propia y ajena.
Una vez, con un grupo de militancia en los años 90, coordinamos en un Encuentro de Salud, un taller que se llamaba “El mundo al revés”. Allí, les proponíamos a las participantes que por un rato, se hicieran a la idea que estaban en una sociedad que tenía como regla ineludible la “homonormatividad”, por lo tanto para ellas, estaba absolutamente prohibido estar en pareja con varones. Fue una experiencia muy enriquecedora. Algunas no resistieron la propuesta y se fueron antes de intentarlo o atravesarlo, otras, al finalizar el taller, hablaron de la terrible angustia y desgaste que les había producido tener que encontrar estrategias para “no decir” o definitivamente, no encontrarlas y por lo tanto, silenciar. Claro, no estaban acostumbradas a ocultar, al menos, eso. Además, en la charla final y a modo de conclusión, pudieron dar cuenta de que la sexualidad no está signada a las cuatro paredes, a donde siempre nos mandan a las lesbianas a “ser libres”, famoso dicho... - mientras lo hagan dentro de las cuatro paredes...-; parece que ahí sí tenemos un cierto permiso asignado, territorio acotado y acostado sobre cuatro patas. Aunque parezca obvio, debemos reforzarlo cada vez, queremos decir que la sexualidad no se signa a la cama sino a la vida. Y la vida de nadie entra dentro de cuatro paredes.
Me preguntaba si será por lo recién enunciado, por lo incómodo y reducidos de algunos lugares asignados, aquello de sostener a rajatabla los lugares fijos o inamovibles , tan solo por conservar semejante lugar de privilegio que implica, en este caso puntual de la maternidad, que algunxs se sientan en condiciones de poner en tela de juicio quiénes merecen o no, ser, tanto en su existencia o en sus funciones.
Queda bastante claro qué temen perder quienes están aferradxs del lado de la norma, ahora sería importante cuestionarse cosas tales como, ¿qué pierde quien es desalojadx del lugar de su deseo, quien no lo puede ocupar porque el miedo disciplinador tiene armada una estrategia nefasta, por cierto, para desarticularlo? Y aquí, podríamos esbozar un respuesta clara, al menos algo del “orden de la salud”, está en juego ( y aquí enhebramos con el título, tal vez podría ser para el próximo taller donde nos planteemos qué pasaría si desordenamos este supuesto “orden instalado” en la salud como institución, sobre qué sería lo saludable).
Otras preguntas siguen en la saga, ¿qué grado de “peligrosidad” conlleva concretar el deseo que aparece como prohibido, a punto tal de ser tan negadas, rechazadas y hostigadas las lesbianas?. Acaso, sin querer, estemos trazando un territorio, esta vez mucho más allá de la cama, que ejemplifica o alecciona sobre que sí, se puede. Entonces, frente a la posibilidad de dictar precedentes, aparecen las “contraindicaciones” para devolver al susto, al fantasma, al cuco disciplinador para quienes nos aventuramos a la suerte de intentar no dar lugar a ser conducidas más que por nuestros propios cuerpos.
Decía que ocupo el lugar de otra a pedido porque hay otrxs que sienten miedo de ocupar el lugar de lo público o de lo visible en relación al tema lesbianismo y más precisamente, en este caso, maternidad lésbica. Miedo a perder empleos, miedo a perder a sus hijxs porque, ni lerdos ni perezosos, ya hay ciertxs jueces, al menos en Córdoba, que hicieron circular sus intenciones de “monitorear” a los hijxs de parejas del mismo sexo para “bregar” por ellxs, claro, indefensxs frente a la malicia de sus progenitorxs de, a toda costa, “querer ser” sin medir consecuencias.
De más está decirles, que esxs mismxs jueces, a la hora de las denuncias sobre acoso, violencia y abuso de padres heterosexuales a sus hijxs, ni modo encuentran o allanan con semejante operatividad los recursos de protección al alcance de los citados como “indefensxs”. Patas paradojales del sistema sobre las que se asienta y se sostiene aún de manera sumamente extraña.
Cosa rara que en el mismo contexto, la misma sociedad se jacta de ser ya casi demasiado progre o de sentir que el lesbianismo o la “lesbiandad” está casi de moda. Habrá que ver qué sucede cuando quienes mantienen, entre otras, esa creencia, se comiencen a inquietar porque no pasa y no pasa, o peor, esta moda estaba ya instalada desde que la única vestidura era el cuerpo.
Prefieren pensar que es moda en vez de pensar que existe o que es real, tal vez excusa para darse el permiso o motivo para la explicación del “suceso”, sobre todo, cuando de algo hay que hablar para saturar el sentido, para restarle profundidad y dejarlo ahí, en el plano de lo supuestamente superficial.
Pero para esta moda también hay top o en realidad, hay topes. Hay que mostrarse pero no ser, hay que aparentar pero no existir, hay que transitarlo pero no instalarse. Pasadizos. Atajos. Ya no se trata del yogur ahora, supuestamente dicen ¿y, ya probaste con una mujer? Y queda muy de onda y transgresor insinuar que tal vez sí, que cómo no, que es, muy divertido, porque el “para qué” o el “para una misma” ha sido desterrado de toda esta manipulación masiva en función de dejar bien claro que las modas pasan y si no, tienen que pasar.
Es tal el grado de invisibilidad que genera tratar algo que existe desde siempre como algo oportunista y pasajero, que hasta hay quienes dudan de sí mismas; es tan poderoso el ejercicio de poder, el abuso de poder, que logra hacer jaque a más de una subjetividad desprevenida o bien educada en este sistema que bien podríamos titular “sistema de opresión de deseos autónomos”.
Resulta inaudito que tengamos que establecer acuerdos sobre nuestra sexualidad, pensar ¿con cuál de los privilegiadxs dueñxs del todo tendríamos que negociar nuestro cuerpo? Porque lo del corralito, al menos para nosotras las lesbianas, era ya moneda corriente, valga la utilización de la metáfora económica para transitar la sexualidad en el marco del heterosexismo o de la heteronorma o del patriarcado o del capitalismo. Creo entender que algunxs no me dejan ser dueña de mi cuerpo, de mis necesidades, de mis deseos porque sin normas todo sería un caos, todxs podríamos hacer “cualquier cosa” y ahí es donde vienen las fantasías apocalípticas alimentadas para sostener las leyes o ciertas leyes que, casualmente tornan dueñxs a otrxs, del deseo ajeno.
Yo hoy les vengo a hablar desde este cuerpo, el mío, que viene atravesando todas estas instancias de obstáculos para desalentarme, para aterrorizarme, para que no suponga que estoy a la altura del privilegio si no… la amenaza del castigo.
De lo que he escuchado o leído hasta ahora al respecto de la maternidad lésbica u otros modos de familia, las cosas están bien polarizadas.
Algunos insisten con la inmoralidad que implicaría que una lesbiana sea madre, por otro lado, están quienes cuestionan los biologicismos y del lado del progresismo, defienden el ejercicio del derecho. Pero en algo todos parecieran coincidir, a pesar de las diversas miradas y es que habría algún daño o problemática que se les cargaría a los hijos, un mote que, por llevar adelante sus padre o madres el deseo de la maternidad, estos niñxs tendrían que confrontar frente al mundo hostil y discriminador de la diferencia.
Unos lo llaman egoísmo y los otros, osadía, pero ambos, hacen agua a la hora de pensar en lxs “pobres perjudicadxs”. Quienes cuestionan el costo que deberán pagar lxs hijxs, de una manera más directa, elíptica o sutil, están cuestionando en definitiva, el derecho y la existencia.
Las miradas de quienes oprimen desde un lugar de privilegio de una supuesta mayoría aparente vuelve “vulnerable” a lo que aparece como una minoría en su invisibilización, legitimando la contradicción o paradoja a la que deben enfrentarse las lesbianas que se animan a atravesar la línea de la prohibición, por lo tanto, se exponen a la culpa o al castigo: castigadas por querer ser madres y culpadas de egoístas o, castigadas porque como ser mujer es sinónimo de maternidad entonces cómo resignar o negar ese don y, además a modo de plus, atreverse a desterrar en el caso de las lesbianas, al hombre como portador de la “ley” en la familia, esto gracias a la gentil colaboración de algunas de las ideologías que introducen algunas de las teorías sobre las que se trabaja en salud mental. No se trata de la “familia tipo” sino de una familia “sin tipo”.
Resulta, a mi parecer, increíble que no se plantea el perjuicio y la impunidad del daño ejercido por el prejuicio mismo, la invisibilización o la prohibición de ser o existir como lesbianas, en vez de plantear el daño que producen las madres por permitirse tenerlos a pesar de lo que estxs tendrán que “soportar”. Considero que justamente lo primero y elemental a resolver es el cuestionamiento al sistema que sostiene la injusticia, en profundizar sobre el por qué de la prohibición, cuestionarse qué intereses toca. Por supuesto que aparece como obvio que resulta más beneficioso y cómodo desplazar las culpas a otrxs que hacerse cargo de las desigualdades.
Como dice Juan Carlos Volnovich en el libro Adopción, la caída del prejuicio, la medicina o las ciencia siempre vienen acompañadas de métodos para reparar o rehabilitar lo que consideran “las fallas” e introduce que sería poco pertinente pensar, a modo de ejemplo, que el problema del racismo se resuelva con la dermatología. Pues lo que nosotras queremos señalar es que la falla no es el lesbianismo sino el modelo injusto en que se sostiene este sistema de creencias. Pues bien, el “tema” de la maternidad lésbica se vuelve “problema” no en sí misma, sino por la “falla” de la intolerancia de ciertos sectores que vuelven ilícito o ilegítimo algo legítimo. Y esta especie de confusión articulada o armada, se resuelve desarticulando a través del cuestionamiento, transformando aquello que oprime y está tan naturalizado o acostumbrado que parece único, cierto e inamovible.
Parece que con el deseo de ser madres “no alcanza”, tiene que haber algún otro beneficio que las lesbianas no estamos en condiciones de ofrecer.
En este sentido, hay un campo de sutilezas desde donde se ejerce la discriminación que establece, como dice García Canclin, un “lifting del lenguaje” y enuncia de una manera suave, aquello que de tan siniestro resulta imposible de decir o de ser escuchado.
Creo que la verdadera “amenaza al sistema” que representamos las lesbianas no consiste solo en la posible “reproducción de lesbianas” sino en algo peor, la legitimación de un deseo donde lo que se reproduce, “no es para otrxs sino para mí” y eso, en un sistema capitalista de apropiación, merece, al menos un castigo.
Cuando allá lejos y hace tiempo, conté en mi familia que era lesbiana, mi tía me dijo – y bueno, si sos feliz-, y le dije que yo tenía la misma posibilidad de ser feliz que ella, lo que yo validaba era mi deseo; del mismo modo digo que no tenemos por qué demostrar a nadie que como madres deberíamos ser mejores o que nuestrxs hijxs no tendrán problemas y maravillas como los demás; ni modo estamos en la obligación de augurar perfección alguna para equilibrar los motes malditos con los que intentan descalificarnos. Nosotras estamos validando el deseo de serlo, el ejercicio del derecho de serlo e incluso, elegir no ser madres, elegir sobre nuestro cuerpo sin más invasiones.
El circuito de la salud, justicia, educación y religión pueden sostener este sistema opresivo, ser cómplices o aliados, o pueden de manera autónoma y conjunta, en red, comenzar a ejercer de una manera instituyente un cambio desde un lugar pequeño y posible.
Y no se trata de teorizar sobre esto, o al menos, tan solo, sino que en cada gabinete, en cada casa, en cada aula, en cada cama, por qué no, se comience a ser saludable en términos de desordenar este orden que para sostenerse, oprime y jerarquiza la existencia de unos por sobre la existencia de otros; se trata de educar, de hacer justicia hablando de los derechos sin condicionamiento, de no velar la realidad, de cuestionarse desde qué lugar cada cual está en condiciones de someter a juicio a otra, a negarle su existencia o su deseo. Creo que si se trata de salud, sería importante e ineludible sostener la práctica estableciendo una coherencia en el ejercicio con la definición de la Organización Mundial de la Salud, que entiende a la salud como un estado de "completo bienestar físico, mental y social y no la mera ausencia de enfermedad". Quisiera concluir convidándolxs a que lo que se ponga en cuestionamiento entonces cada vez que una lesbiana o sus hijxs acudan a un gabinete de un hospital como este, no sea la reproducción en términos de maternidad lésbica o de parejas del mismo sexo, sino que lo que resulte intolerable sea la reproducción de injusticias, de desigualdades, de opresiones. Por la salud integral de todxs.
Laura Valeria Eiven
Equipo Desalambrando
Buenos Aires
Argentina
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Gabriela Adelstein
maternidad lesbiana
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Gabriela Adelstein
maternidad lesbiana
tenía 40 años, y una hija de 10 y otra de 5, cuando empecé a vivir como lesbiana que soy... y me convertí en “madre lesbiana”.
siempre les dije la verdad a mis hijas: cuando perdí un embarazo, cuando murió un primo muy querido... Francisca tenía 3 o 4 años cuando en un colectivo me preguntó por qué nos íbamos hacia adelante cada vez que el colectivo frenaba. y yo le expliqué movimiento uniformemente acelerado y el principio de inercia... y me acuerdo de esto porque la señora que iba sentada delante de nosotras se dio vuelta a mirarnos azorada... pero ¿cómo explicarle por qué nos íbamos hacia adelante, si no le explicaba el concepto físico?
así que cuando me definí como lesbiana, obviamente lo hablé con ellas. no las sorprendió demasiado, porque conocían parejas de amigos gay, y porque están acostumbradas a “lo diferente”: tenemos amigxs y parientes italianxs, japonesxs, estadounidenses, alemanxs: desde siempre han oído en casa distintos idiomas, han visto costumbres distintas de las nuestras... y las celebran.
esto de “madre lesbiana” es una categoría nueva. no porque no haya habido, siempre, lesbianas con hijxs de una relación heterosexual, criándolxs solas o apoyadas en esas redes femeninas de hermanas, amigas, vecinas... sino porque mostrarnos socialmente como lesbianas es algo relativamente nuevo, que empieza a partir de los años ’70 con los movimientos de liberación. y porque ahora las nuevas tecnologías de fertilización asistida permiten la maternidad a las lesbianas que resignaban estos deseos porque no se relacionan con hombres
en nuestra sociedad la maternidad, social y culturalmente construida, sigue siendo considerada el objetivo supremo de la vida de las mujeres: nos crían para ser madres, nos educan para ser madres... y así como hay mujeres heterosexuales que no quieren serlo, hay mujeres lesbianas que sí quieren serlo
veo la maternidad como función, más allá del innegable vínculo biológico que genera el embarazo y el parto. una función que requiere por sobre todo de amor y de trabajo, que puede ser (y es) cumplida no sólo por quien llevó a ese ser en su cuerpo sino por tantas otras personas, pertenecientes o no a la familia directa
como madres lesbianas, somos iguales a cualquier madre: cocinamos, cambiamos pañales, hacemos los deberes, vamos al supermercado, preparamos fiestas de cumpleaños, sacamos piojos
como madres lesbianas, somos distintas de las otras madres: además de dar a nuestrxs hijxs las herramientas para moverse libres en el mundo, tenemos que hacer el esfuerzo extra de defendernos de la discriminación social que todavía existe
esta discriminación implica un sufrimiento que llega del afuera: mis hijas no han sufrido maltratos por mi lesbianismo, pero tienen que negociar, permanentemente, cómo informar, a quién, cuál es su realidad. además, no todxs sus familiares están de acuerdo con mi opción de vida, y las nenas a veces sienten que tienen que defenderme, que cubrirme... y oyen por la calle denigrar a quienes tenemos una sexualidad diferente de la heterosexualidad. y ven asombradas en televisión a “profesionales” que sostienen que las parejas homosexuales no pueden criar hijxs porque “no están en condiciones”
“¿cómo? ¡si mi mamá es la mejor mamá del mundo!” es que su propia vida, el adentro, les marca otra cosa: son personas felices, que se vinculan positivamente con sus pares y con lxs adultxs, que tienen excelente rendimiento en la escuela, y una enorme variedad de intereses y actividades que desarrollan según sus momentos evolutivos
uno de los argumentos esgrimidos contra nuestra posibilidad de criar niñxs es la supuesta “ausencia del rol masculino”: en la familia lesbiana, cualquiera de las dos madres lesbianas/lesbianas madres, se ocupa de cocinar, de cambiar las lamparitas quemadas. cualquiera de las dos lleva a las nenas al dentista, a comprarse ropa. cualquiera de las dos corta el pasto, hace las compras... puede ser que una se ocupe más habitualmente de algunas de las tareas que la otra. y también puede ser que la que cambia la lamparita sea la que les compra la ropa, y que la que arregla el cuerito de la canilla sea la que más cocina...
creo por lo tanto que no es un problema de “roles”, sino de estereotipos: “la mamá está en casa y cocina, el papá sale a trabajar y cambia el cuerito de la canilla”... pero esta división tan rígida del trabajo ya no se ve tampoco en las parejas formadas por un varón y una mujer... por suerte
y la “familia tipo” que se impone culturalmente como “normal” está siendo reemplazada por familias monoparentales, familias ensambladas, familias extendidas
esto de los estereotipos se expresa también en el argumento de “la necesidad de un modelo masculino y un modelo femenino” para formar la identidad sexual de lxs hijxs.
por un lado, creo que quienes tienen problemas de identidad sexual no son las lesbianas (ni sus hijxs), sino la gente que se derrumba y entra en pánico cuando ve personas distintas que no pueden ser fácilmente encuadradas en los conceptos fóbicos inculcados desde que nacieron: gente que se siente amenazada por cualquiera que cuestione su identidad por el simple hecho de ser diferente. en cambio, lxs hijxs de lesbianas crecen con una mentalidad mucho más abierta, con una identidad más rica y fuerte, y por lo tanto estarán preparadxs para un mundo que no es inmutable y predeterminado, sino que cambia permanentemente
recordemos también que vivimos en una sociedad donde la heterosexualidad es impuesta, como norma, y por lo tanto evidenciada, publicitada, manifestada en forma constante. y los modelos que supuestamente necesitan lxs niñxs para desarrollarse están al alcance de la mano: en el caso de mis hijas, tienen padre, tíos, abuelos, padrinos, amigos... no vivimos en una burbuja, estamos insertas en este mundo
y de este mundo reclamamos un trato igualitario, para que además del enorme trabajo que implica ser madre, no tengamos que hacer ese esfuerzo extra de defendernos
Gabriela Adelstein
Buenos Aires
octubre 2005
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