Archivo documental digitalizado del activismo lésbico, conformado por el registro de producciones gráficas y teóricas, registros fotográficos y sonoros, encuentros reflexivos y acciones callejeras de grupos y activistas lesbianas de diferentes momentos históricos, múltiples posiciones políticas, y diversas geografías de Argentina. Está en permanente construcción, envianos tus aportes y colaboraciones.

jueves, 8 de noviembre de 1984

Hilda Rais

LESBIANISMO. Apuntes para una discusión feminista

por Hilda Rais*

Trabajo presentado en el Encuentro Mujer y Violencia, organizado por ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer) en Buenos Aires, noviembre de 1984.

Este es el registro de algunas observaciones, hechas desde una perspectiva feminista, que propongo para abrir la discusión política en los grupos de mujeres.
Sugiero una línea de análisis para las causas de la discriminación y la represión pero pretendo que, al considerar la dinámica opresor-oprimido, nos centremos en los mecanismos que perpetúan el statu quo, y en el modo en que el sector oprimido realimenta esta dinámica. No me refiero a complicidad con el opresor sino a la falta de conciencia de la opresión, que determina una posición que podríamos llamar conservadora.
Propongo –para luego pensar una definición más ajustada- considerar al lesbianismo como una conducta sexual, luego como una forma de vida con significación política, situarlo en un sistema –el patriarcal- y en nuestro país, capitalista dependiente, autoritario y sujeto al poder de la iglesia católica.


DISCRIMINACION, REPRESION, VIOLENCIA

La norma sexual del patriarcado es la heterosexualidad de dominación masculina. La heterosexualidad –como institución- sostiene una ideología que define a la mujer como reproductora de la especie, como objeto sexual y como reproductora de la fuerza de trabajo en la pareja o en el grupo familiar.
Tenemos entonces, por untado, la concepción falocéntrica según la cual no hay goce de la mujer que no provenga del varón, adjudica a ambos un rol pasivo y uno activo respectivamente, reduce la sexualidad humana a la genitalidad y ésta al coito: erección, penetración del pene en la vagina, eyaculación, fin de la relación. Esta concepción, profundamente arraigada en varones y mujeres, podría tambalearse ante la existencia de un goce diferente que prescinde del varón, cuestiona tanto la omnipotencia masculina como las normas y roles sexuales dominantes y descubre cultural lo que se pretende natural.
Tenemos, por otro lado, la reducción de la mujer a la función de madre como determinante de su identidad, la extensión de la maternidad a la tarea de crianza y socialización de los hijos –reproduciendo la ideología dominante- y el trabajo doméstico gratuito, invisible generador de plusvalía.
Consideremos ahora a una lesbiana arquetípica –no necesariamente representativa de lo real pero sí de lo fantaseado-: es una mujer que, biológicamente capaz de reproducirse, elige no hacerlo; que no depende ni sexual, ni emocional, ni económicamente de un varón, y que tampoco produce para beneficio del mismo. Ya no se trata entonces de una conducta sexual individual perturbadora, sino de la transgresión y el desorden de un sistema.

La violencia ejercida contra las lesbianas es individual, familiar, social, institucional. Podría considerársela, a grandes rasgos, de acuerdo a tres modalidades:
Negadora: no se registra la existencia del lesbianismo, la lesbiana es pensada como solterona, tímida, de carácter “fuerte”, rara, asexuada. Su apoyatura ideológica –conciente o no- sería: no hay sexo sin pene, nada verdaderamente sexual puede ocurrir entre mujeres.
Tolerante: se acepta a lagunas lesbianas como excepción. Especialmente a aquellas cuyo éxito profesional haga perdonar “ese defecto”. Incluye la utilización pornográfica del lesbianismo, la reducción a juego erótico para estimulación masculina, la utilización de la lesbiana en círculos de amigos como toque exótico y garantía de la amplitud de criterio del grupo heterosexual.
De agresión organizada: ubica al lesbianismo entre la criminalidad y la psicopatología. La acción recorre un espectro muy amplio, para citar sólo algunos ejemplos: la represión policial, la discriminación laboral –especialmente en el trabajo vinculado a niños y adolescentes o a la salud-, la práctica de la psicología clínica tradicional.
La violencia abierta, manifiesta, como la sutil o aparentemente menos ofensiva, se nuclea actualmente en la definición del lesbianismo como enfermedad –psíquica más que orgánica, aunque subsisten resabios de esta última orientación- y soporta matices de orden religioso y moral.
Esta violencia ejercida contra una mujer situada tan lejos del modelo tradicional, se ejerce sobre una mujer que pertenece a esta cultura, que ha sido socializada, como toda mujer, según las pautas tradicionales. De este modo, la violencia externa se combina y reposa en típicos condicionamientos inoculados a las mujeres: pasividad, dependencia, necesidad de aprobación masculina y una rígida división de roles adjudicados según el sexo biológico.

LESBIANISMO

Me referiré a algunos aspectos excluyendo, en principio, la experiencia de quienes están en proceso de concientización y trabajo sobre sí mismas. Sugiero considerarlos limitados y generalizadores, pero no exagerados.
¿Qué ocurre cuando una mujer se reconoce lesbiana? Se reconoce diferente, y sancionada por serlo. La diferencia provoca miedo, vergüenza, culpa, soledad, ausencia de vínculos amorosos, privación del ejercicio de la sexualidad compartida, gran dependencia e idealización del objeto de amor, aislamiento. Hablar de aislamiento personal, en este sentido, en una ciudad como la nuestra, supone una etapa inicial, transitoria. En pueblos o ciudades pequeñas significa obligada migración, locura o suicidio.
Asumir la diferencia como enfermedad trae una necesidad compulsiva de “curarse”; sobrevienen el sometimiento a tratamientos “terapéuticos” que avalan la opresión, sufrimiento, violentar el propio deseo tratando de extinguirlo, intentar vínculos heterosexuales no deseados.
Este primer aislamiento individual –que no es común a todas- se quiebra al conocer a otras e incluirse en un grupo.

GHETTO

Grupo cerrado, aislado de la comunidad, constituido como forma de defensa. Grupo de pertenencia marginalizado y automarginado, que elabora respuestas adaptativas a la violencia exterior sin luchar contra el sistema de dominación, legitimándolo desde el sometimiento, reproduciéndolo al mantener sus valores y su orden.
Dentro del ghetto la violencia aparece en la persistencia del miedo, la culpa, la noción de enfermedad. Sin embargo es el espacio para la ilusión de libertad. Espacio cerrado en donde el ocultamiento da lugar al exhibicionismo, la culpa al sentimiento de superioridad. El ghetto parecería el lugar en donde poder ser en totalidad, en cambio es la pausa organizada para seguir soportando el malestar cotidiano, continuo; lugar alentado desde afuera en tanto no se vea, no haga ruido, no se manifieste.
Como consecuencia, el grupo de amistades muchas veces está constituido por personas que sólo tiene en común el ser lesbianas. Microcosmos en donde las relaciones amorosas se circunscriben a un círculo limitado, una especie de obligada endogamia dentro de la cual, por condensación, se potencian los celos, la rivalidad, la competitividad. Sentimientos que se combinan curiosamente con cierta perdurabilidad de los vínculos: grupos constituidos por ex parejas-ex amantes, rupturas sin separaciones, separaciones con continuidad de trabajo o bienes en común.
Hay una profunda escisión entre la vida pública y la privada, con el consiguiente alto grado de tensión psíquica que, necesariamente, deteriora la vida afectiva, el desempeño laboral, las relaciones sociales. Un caso extremo del ocultamiento y la simulación es el casarse con un varón homosexual para atenuar así la persecución familiar, social, y obtener beneficios secundarios. También el disponer de un amigo que es presentado como novio o amante, habla continuamente de la atracción por un varón conocido, o inventar su existencia.
El mundo está dividido en homo y heterosexuales, nosotros y ellos, aliados y enemigos. Se vuelve necesario saber en quién confiar, delante de quién hablar libremente, como si la omisión, el silencio o la mentira fueran una elección y no una de las formas más agudas de la violencia. La apertura hacia el mundo heterosexual toma la forma de confesión o desafío. La aceptación es vivida con gratitud, se valoriza el contar con una amiga o amigas que “no son pero saben”, o sea, la aceptación de la anormalidad por una representante de la normalidad.
La mirada pretende descubrir definiciones sexuales a simple vista. Para confirmar suposiciones se crea una red de chismes, rumores y también fabulaciones acerca de la vida sexual de otras mujeres. Lo privado se hace público en sentido contrario al político, es decir, la intimidad deja de ser tal, se la violenta e invade. Descubrir que una mujer aparentemente heterosexual es lesbiana o tuvo alguna experiencia, produce no exactamente simpatía inmediata sino un “ah, ella también” muy semejante a la idea religiosa de la caída.
Dentro del ghetto se sanciona y discrimina a quienes lo transgreden con opciones bisexuales, o lo abandonan al formar una pareja heterosexual.

ROLES SEXUALES

Generalmente Se reproducen los roles heterosexuales “masculino-femenino/activo-pasivo” a través de la identificación con uno de ellos. No hablo sólo de roles en la relación sexual, tendencia que parecería ser minoritaria, ya que el goce entre mujeres circula por formas de mayor riqueza erótica. Me refiero a la adopción de conductas tipificadas como masculinas o femeninas en otras áreas de la vida cotidiana.
En el rechazo –para sí- de un modelo femenino tradicional, aparecería como única opción el modelo masculino, en lugar del cuestionamiento a los roles; se promueven las posturas corporales estereotipadas, el tomar a las mujeres como objetos sexuales, actitudes autoritarias o de explotación en el trabajo doméstico no compartido en la convivencia. Paralelamente, otras mujeres adscriben a una imagen “femenina” de debilidad, dependencia, y esperan de otra mujer que se comporte con ellas como un varón machista lo haría. Señalo al pasar que, muchas veces, la lesbiana “masculina” es discriminada por su grupo no porque se cuestione su machismo, sino por ponerse en evidencia y evidenciar así a sus acompañantes.

Las lesbianas constituyen parejas estables con pautas heterosexuales: monogamia, fidelidad, infidelidades ocultas. A veces se adopta el modelo de “pareja abierta” con tolerancia a vínculos sexuales que no vulneren su estructura, vínculos intrascendentes de sujeto a objeto. Anoto como cuestión para ampliar y reflexionar: madres lesbianas, interrelación con sus hijos, su pareja y el entorno social; grupos familiares en los que la pareja de la mujer-madre es presentada al hijo/hija como tía, por ejemplo.
En cuanto al dinero: ¿dónde hacen el amor las mujeres lesbianas?, problemática adolescente, pero imposible de resolver en hoteles por hora, plazas o ascensores. Quizás esta dificultad sea un estímulo para logra independencia económica y “un cuarto propio” desde muy temprano. ¿Cómo opera este factor en mujeres provenientes de clase media, alejadas del proyecto de “seguridad económica” matrimonial?
La economía de la pareja lesbiana parece seguir la forma conyugal y también así, a veces, se resuelven las separaciones. Ahora bien, esta aparente resolución de lo económico se estrella contra la realidad cuando se pretende ignorar que se trata de un vínculo marginal. ¿Cómo se soluciona económicamente una separación conflictiva? ¿A quién acudir para un asesoramiento legal? ¿Qué pruebas hay de la existencia, o no, de algo similar a los bienes gananciales? ¿Qué sucede cuando, luego de muchos años de convivencia y bienes en común, una de las integrantes de la pareja muere sin haber hecho testamento? ¿Cómo interfieren las leyes de la herencia regidas por el parentesco sanguíneo o legal? ¿Hay un querer incluirse dentro de la ley de la familia nuclear, o un querer modificarla?
Quiero señalar, además de la dificulta en acceder al asesoramiento legal, la existencia de un conflicto profundo y muy común relativo a la salud: la asistencia psicológica y la ginecológica, zonas que producen temor y desconfianza a causa del maltrato.

LESBIANISMO, FEMINISMO, SER MUJER

Feminismo es la lucha de las mujeres para ser personas, lucha contra la opresión y la explotación, desde sí y para todos. Se considera la especificidad en cuanto a raza, clase, país, y lo que en común atraviesa la diferencia, pero ¿qué sucede respecto a la sexualidad? Pienso que es donde se observa con mayor nitidez que el enemigo no es el varón individual, ni el varón como casta dominante, sino la ideología masculina introyectada en el cuerpo social, y en el propio cuerpo.
El feminismo radicalizado y el lesbianismo organizado de otros países caracterizan al lesbianismo como muy próximo a la vanguardia del movimiento. ¿Cómo sería el pasaje desde un teórico potencial revolucionario a la acción política transformadora? La toma de conciencia, la reflexión, la autocrítica, parecen ser imprescindibles y necesariamente continuas durante todo el proceso.
Charlotte Bunch, feminista lesbiana separatista, norteamericana, sitúa el origen de la separación de las lesbianas del movimiento feminista en “el permanente e improductivo conflicto que generaban los temores, los antagonismos y la insensibilidad heterosexuales”. Y platea el eje de la política feminista lésbica: la crítica política a la institución y la ideología de la heterosexualidad como piedra fundamental de la supremacía masculina.

En nuestro país, la opinión pública insiste en identificar feminismo con lesbianismo, con el objetivo de alejar a las mujeres de su lucha, utilizando un anatema eficaz como en otro momento lo fue el señalar a las feministas como histéricas, solteronas, feas, frígidas y, desde otro ángulo –y con justeza-, subversivas. La apoyatura real de esta definición amenazadora se encuentra en el hecho de que, obviamente, el movimiento feminista incluye mujeres lesbianas y también contienen el pasaje hacia el lesbianismo de mujeres que lo descubren y eligen.
¿Qué ocurre entre nosotras, feministas?
Quizás el único espacio de diálogo entre mujeres homo y heterosexuales sea el grupo de concientización, por su propia dinámica de trabajo y porque está cifrado en las consignas “lo personal es político” e “igualdad en la diferencia”.
Fuera de este grupo de trabajo, vivimos una relación de suposiciones, atracciones y rechazos silenciados, omisiones.
No se trata de presionar a toda lesbiana para que se etiquete, sino de que pueda elegir manifestarse –o no- desde el trabajo conjunto y no desde el temor o la prepotencia. No se trata de presionar a toda heterosexual para que tome con naturalidad la participación lésbica, sino de que revise sus prejuicios y dé lugar al conocimiento.
Existe también cierta idealización del lesbianismo por ambas partes: mujeres que piensan que ser lesbianas es estar “fuera del problema”, tener una libertad a la cual se accedería por ignotas –pero ajenas- razones –es también una forma de marginar, de negarse a ver a la otra-; mujeres que piensan que por ser lesbianas, automáticamente son feministas y no revisan sus conductas, se acercan al feminismo como si éste fuera un club social y subestiman a las mujeres que aún dependen en algún modo del varón.
Ambas bloquean el diálogo, lesbianas que se desinteresan de la problemática de las mujeres que no lo son; heterosexuales que identifican mujer con mujer heterosexual e incluyen el lesbianismo como un apéndice del tema “mujer” o como una nota al pie de página.
Es evidente que el temor existe en unas y otras, a ser rechazadas, a ser identificadas con una conducta sancionada por la sociedad, a los propios fantasmas. Quizás el examinar cuánto de libre, espontáneo y “natural” tiene nuestra elección, agite una identidad sexual que pretendemos monolítica, inmodificable.

Copiar modelos ajenos no sirve si no los sometemos al análisis de nuestra realidad. Si no queremos la automarginación como única respuesta a la marginación, habrá que pensar en formas de acción posibles. Solamente un análisis político propio podría descubrir la necesidad o no de reivindicaciones específicas, o de estrategias y tácticas de lucha y concientización en nuestro medio, en vez de cruzadas inoportunas, infantiles o suicidas.
No propongo el integracionismo social. Cito nuevamente a Charlotte Bunch: “no está bien, y no quiero que jamás esté bien, ser lesbiana en el sistema patriarcal”. Yo agregaría: no está bien ser feminista, no está bien ser una mujer-persona.
Tampoco propongo el separatismo lesbiano como continuación del establecido. Sí la posibilidad de pensar, quizás, en la creación de grupos de autoconciencia y autoafirmación integrados sólo por lesbianas pero como un momento necesario y transitorio para quienes lo requieran, y con el objetivo de poder participar plenamente en el movimiento feminista sin cercenamientos.
La búsqueda de un espacio propio no pasa por obtener el permiso de reunión en ciertos bares –que es un derecho-, porque estos cumplen con el mantenimiento de la estructura del ghetto con la diferencia de que lo hacen público y lo convierten en objeto de consumo y atracción turística. Un espacio propio es el espacio de reflexión compartida, en el cual revisar las pautas internalizadas, desde donde buscar alternativas nuevas de vida, el espacio de la creatividad, el de la solidaridad.
Es necesario abrir el diálogo entre nosotras y que confluyan las diferentes experiencias y perspectivas. No ejerzamos la violencia entre nosotras perpetuando otra división impuesta, el enemigo es el mismo y nos oprime de diversas maneras. Nuestro trabajo es ser sujetos de nuestra vida y luchar juntas hasta que ya no sea necesario enunciar una identidad en función de una preferencia sexual, hasta que ya no sea necesario el feminismo.

* Hilda Rais nació en Buenos Aires, en 1951.
Integrante de UFA, Unión Feminista Argentina, 1970-1976; del Grupo Política Sexual, 1973-1974, y del Frente de Lucha por la Mujer, 1975.
Miembro de la Comisión Pro Reforma de la Ley de Patria Potestad, 1979-1981
Socia fundadora del Lugar de Mujer (1983), integrante de su Colectivo y coordinadora del Grupo de Reflexión sobre Feminismo, 1983-1985.
Organizadora y expositora en la Conferencia Internacional Mujer y Política en el Cono Sur (Montevideo, Uruguay, 1983).
Coorganizadora del área de literatura de mujeres del X Encuentro Nacional de Mujeres, Buenos Aires, 1996.
Integrante del grupo Sudestada (1999-2004), Asociación de Escritoras de Buenos Aires, y coorganizadora del Encuentro Nacional de Escritoras “con esta boca en este mundo”, Buenos Aires, 2000.
Ha participado en congresos, mesas redondas, conferencias, jornadas de lectura y fue jurado en concursos literarios.
Creó técnicas específicas para coordinar, en ámbitos institucionales y en forma privada, talleres de escritura para mujeres que no escriben y para la transformación del lenguaje académico en la escritura de mujeres profesionales.
Ha publicado trabajos sobre feminismo y lesbianismo, mujeres y literatura, poemas y artículos en diversas publicaciones nacionales y extranjeras.

Libros publicados:
Diario Colectivo, con María Inés Aldaburu, Inés Cano y Nené Reynoso. Ediciones La Campana, Bs. As., 1982.
Indicios, poemas. Ediciones La Campana, Bs. As., 1984.
Belvedere, poemas, Libros de Tierra Firme, Bs. As., 1990. Reeditado en 1996.
Salirse de Madre, con Alicia Steimberg, Ana Sampaolesi, Angélica Gorodischer, Cristina Escofet, Diana Raznovich, Inés Hercovich, M. Del Carmen Marini, Mirta Botta y Nené Reynoso. Croquiñol Ediciones, Bs. As., 1990.
Locas por la cocina, ficción, con Angélica Gorodischer, Virginia Haurie, Elvira Ibargüen y Ana Samapolesi. Editorial Biblos, Bs. As., 1998.

Premios:
Mención Fundación Steimberg, 1978
2° Premio Iniciación de la Secretaría de Cultura de la Nación, 1983.
Faja de Honor en Poesía 1984 de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), 1985.


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