Potencia Tortillera: un palimpsesto de la perturbación
Lejos de ser un manifiesto que establece verdades de carácter absoluto, este es un manuscrito experimental acerca del activismo lésbico-feminista-queer que retoma una expresión o fórmula acuñada por diversos grupos de lesbianas feministas, cuya incipiente resonancia en el espacio público fue de considerable magnitud, porque desde las manifestaciones de sorpresa, agrado, solidaridad o rechazo, a nadie que pudo o quiso leerla dejó indiferente. “Potencia tortillera” puede ser considerado un palimpsesto porque conserva huellas de prácticas políticas anteriores borroneadas por escrituras renovadas, lecturas novedosas y el ímpetu festivo y contestatario de configurar un espacio de pensamiento acerca de nuestras vidas como lesbianas, mujeres, marimachas, blancas, trabajadoras, artistas, de diversas geografías del país.
La disidencia sexual como expresión del rechazo a la ciudadanía liberal
El término disidencia sexual alude a pensar acerca de la diferencia sexual no en términos de identidades naturalizadas sino como una forma de disenso, entendido no simplemente como habla, sino como una constelación de prácticas, expresiones y creencias no conformistas. Al nombrarnos disidentes sexuales se destaca la existencia de una norma de la cual nos desplazamos o alejamos. Los conceptos que, desde una política liberal, se ponen en juego en el escenario político como diversidad sexual y/o minorías sexuales ocultan que las identidades sexuales y de género son los efectos de una norma que establece los modos adecuados y legítimos de vivir los cuerpos, los placeres y afectos.
Tanto diversidad como minorías (que habitualmente no es una referencia deleuziana, a partir de la cual se considera a la minoría como índice revolucionario) suelen despolitizar los procesos de normalización de los cuerpos que se efectúan a través de las tecnologías del género.
Tanto diversidad como minorías (que habitualmente no es una referencia deleuziana, a partir de la cual se considera a la minoría como índice revolucionario) suelen despolitizar los procesos de normalización de los cuerpos que se efectúan a través de las tecnologías del género.
Potencia Tortillera como parte de un colectivo de disidencia sexual, en tanto denunciamos y confrontamos la heteronormatividad, podría inscribirse en el activismo sociosexual que se posiciona críticamente frente a la concepción liberal de ciudadanía.
Los movimientos sociosexuales son aquellos que intervienen en política con el fin de cuestionar la adscripción de la sexualidad y la identidad de género al ámbito de lo natural y lo privado. De esta manera, sus demandas se vinculan con el reconocimiento por parte del Estado y de la sociedad civil de las distintas posibilidades históricas y consecuencias simbólicas y materiales referentes a la construcción de identidades de género, prácticas sexuales y corporalidades.
En este sentido, dentro del llamado movimiento LGTB resulta imprescindible la distinción de las situaciones grupales atendiendo a la intersección entre la identidad de género y la orientación sexual y la etnia, la nacionalidad, la religión, la clase social, la edad, la discapacidad, entre otros mecanismos de subordinación que operan en contextos socio-históricos específicos. En particular, el género constituye un vector de opresión que atraviesa otras formas de desigualdad social e incide sobre los efectos de la estratificación basada en la sexualidad. Es por ello que como lesbianas feministas enfrentamos una doble situación de conflicto al interior de los movimientos sociosexuales, problematizando y denunciando la heterosexualización del feminismo y, a su vez, el sexismo del movimiento LGTB hegemonizado por los gays.
La definición liberal de ciudadanía universaliza las características de un sujeto heterosexual masculino basado en la institucionalización de sus privilegios. Dentro de los discursos sobre los derechos de los/as ciudadanos/as y el principio de ciudadanía universal, el ciudadano normal ha sido construido principalmente como blanco, masculino, heterosexual y burgués.
La heteronormatividad, entonces, está encarnada en las legislaciones que establecen las condiciones para ejercer la titularidad de derechos en las democracias liberales, implícita en las formulaciones legales y políticas dominantes.
En este contexto, los reclamos que más atención han recibido por parte de las instituciones locales y los medios de comunicación, son aquellos basados en la reivindicación de la igualdad ante la ley, probablemente porque son los más fáciles de acoger en la agenda de la democracia liberal. Estos reconocimientos traen una demanda anexada: la exigencia de la conformación con normas heterosexuales en términos de prácticas, identidades y cuerpos sexuados para acceder al tratamiento propio de la ciudadanía.
En las democracias liberales los derechos se balancean con deberes complementarios, en general los reclamos de derechos basados en apelaciones a la ciudadanía a menudo implican un pacto implícito de modificación de comportamientos por parte de los grupos oprimidos en el orden ciudadano vigente. Esto significa modelarse a los modos ‘aceptables’ de ser un/a ciudadano/a sexual.
Las formas aceptables de ejercicio de la ciudadanía se vinculan con las normas de respetabilidad, las que se rigen –de forma tácita- por reprimir la sexualidad, las funciones corporales y la expresión emocional.
Por esto mismo, las reivindicaciones basadas en reclamos de derechos encuentran su límite cuando el reconocimiento parcial reproduce la desigualdad y refuerza la clasificación jerárquica de prácticas y sujetos.
Con el fin de desmontar relaciones de subordinación basadas en la sexualidad, es necesaria una reformulación de la ciudadanía que desarticule tanto el androcentrismo como la heteronormatividad del concepto e incorpore una pluralidad creciente de voces sin ordenarlas jerárquicamente.
Una ciudadanía sexual opuesta a la ciudadanía heterosexual social y políticamente dominante debería abarcar: derechos a varias formas de prácticas sexuales; derechos relativos a la identidad propia y a las autodefiniciones y derechos en relación con instituciones sociales, tales como la validación pública de una variedad de relaciones sexuales.
Acerca de las políticas de visibilidad/invisibilidad, éstas producen efectos positivos o negativos de acuerdo a los sujetos involucrados y al contexto socio-histórico. De manera que la visibilidad excesiva (en tanto imposibilidad de pasar desapercibida) puede resultar tan opresiva como la invisibilidad. Una de las consecuencias negativas de la visibilidad es que una vez que la distancia respecto de la norma (étnica, sexual, de género) deviene notoria en entornos hostiles, los sujetos señalados como desviados resultan vulnerables a distintas formas de violencia. La visibilidad de ciertos rasgos construidos como negativos está fuertemente vinculada con ciertas marcas corporales como el color de la piel, estatura, y cierta distancia respecto al patrón de belleza dominante.
En el caso de las lesbianas el impacto de los procesos de visibilidad/invisibilidad en el espacio público se vincula con la expresión de género. Para muchas lesbianas “pasar” en el espacio público y en las interacciones cotidianas como mujeres heterosexuales es una experiencia frecuente. En este caso, la tensión se vincula con la administración de la información acerca de la propia sexualidad y con la sensación de frustración como consecuencia de la experiencia de la invisibilidad social. En otros casos, la expresión de género o la corporalidad se distancian de la norma hegemónica de la feminidad y posicionan a la lesbiana como disidente sexual más allá de su intencionalidad, siendo objeto de miradas intimidatorias, agresiones, evitación del contacto físico, trato despectivo, etc[1].
Por eso, irrumpir en el espacio público portando la inscripción Potencia Tortillera es un modo de política de la hipervisibilidad que no soslaya sino que estimula los efectos perturbadores de la misma. Si la calle es todo el año blanca y heterosexual, Potencia Tortillera es la fisura urbana que deja su huella fugaz e intensa.
Queerizar las prácticas políticas del lesbianismo: la apropiación del insulto
En inglés el término queer es un insulto, una interpelación que produce posiciones de sujeto abyecto en el interior de un cierto tipo de discurso homofóbico. Queer designa lo que está fuera de la normalidad heterosexual, una exclusión que asegura y estabiliza la identidad heterosexual sin nombrarla.
El uso de este insulto fue una estrategia de autonominación y autoproducción de visibilidad de grupos de disidencia sexual que se levantaron al mismo tiempo contra el discurso homofóbico institucionalizado y contra las prácticas de asimilación y normalización de los sectores conservadores de la comunidad gay, lesbiana y transexual en Estados Unidos, en los años ‘80. Así, la categoría “mujer” sería cuestionada por ser tan sólo una abreviación de “mujer blanca heterosexual de clase media” al mismo tiempo que las lesbianas reaccionarán contra la invisibilización que la denominación gay (e incluso la fórmula gay y lesbiana en muchos casos) reproduce como abreviación de gay blanco de clase media.
Los saberes queer –si es que los hubiera- dan cuenta de la imposibilidad de hablar fuera de las restricciones materiales de un cierto lenguaje, pero al mismo tiempo de la posibilidad de crear discontinuidad al interior de este lenguaje, de producir a través de la resignificación un espacio de contestación política.
El término queer designa entonces las prácticas performativas de resignificación y de recodificación antihegemónicas que buscan configurar espacios de resistencia frente a los regímenes de la normalidad. Los saberes queer entienden justamente los regímenes de normalización sexual como un campo de fuerzas sin un exterior posible.
No es un mero concepto genérico acumulativo de gay, lesbiana, bi, trans, etc, -efecto de despolitización y mercantilización de las identidades[2]- sino que se sitúa como posición crítica al interior de toda afirmación de identidad homosexual y, en definitiva, a toda identidad que se diga hegemónica y monolítica, esencializante y naturalizante.
Se constituye de este modo en un poder performativo ejercido por una minoría estigmatizada que obliga a la injuria a trabajar contra sí misma, traicionando su origen excluyente y normativo y contraproduciendo identidad.
Estas prácticas y saberes suponen una alteración en los modos de pensar el sujeto político. En respuesta a la parálisis del sujeto posmoderno y postestructural, prisionero de sistemas disciplinarios hiperproductivos, la teoría queer afirma la posibilidad de un “mal sujeto” que resiste frente al sujeto ficticiamente soberano que trata desesperadamente de ser dueño institucional de la acción y el lenguaje. Un “mal sujeto” que habla, que disloca y desestabiliza, que abre nuevas formas de representación política y que multiplica las formas de contrabando en el marco de democracias capitalistas inevitablemente globalizantes.
En un proceso de reapropiación situada, es posible una conversión de conceptos en útiles políticos, es decir, no utilizar el término literalmente por su nula resonancia en nuestro ámbito de habla castellana, sino activar sus operaciones políticas.
Se trataría por tanto no sólo de denunciar la producción y reproducción de la identidad sexual y de género con respecto a los ideales reguladores heterosexuales de la masculinidad y la feminidad, sino de deconstruir también los discursos de la identidad homosexual en la medida en que ellos son también productores de silencio. En el mismo sentido, habría que hablar siempre de intersección de identidades, de transversales de la opresión en contexto. Por eso, los estudios queer estimulan una total promiscuidad entre disciplinas para evitar la construcción sistémica de silencios.
Y es este trabajo sobre las construcciones discursivas, que incluiría los silencios construidos, el que habría que designar con el verbo “queerizar”: la visibilización constante de zonas de exclusión, la crítica del dominio de ciertas categorías de análisis en detrimento de otras como el género, la raza o la clase. La teoría queer vendría a ser entonces un análisis de la producción del margen o mejor de los márgenes, y consecuentemente, de la producción especular del centro. En este sentido, se concentra en un análisis múltiple y local, localizándose en las intersecciones variables entre múltiples categorías normativas y hegemónicas, provocando la implosión de la lógica totalitaria de la identidad y desconfiando de las articulaciones binarias: hombre/mujer, heterosexual/homosexual, blanco/de color, etc.
Esta operación de queerizar -o contrabando queer- no sucede en el margen, sino en puntos de fuga de los sistemas heteronormativos. Esta fuerza del performativo procede de la posibilidad de cortar un determinado enunciado y desgajarlo de un determinado contexto de poder, así como de la posibilidad de desplazarlo e injertarlo, por así decirlo, en otro.
En estas coordenadas teórico-políticas de acciones de contrabando podemos explorar la inscripción Potencia Tortillera. El primer término es de uso corriente en las ciencias exactas o duras. Sin embargo, también tiene su adscripción en el campo de la filosofía.
¿Qué sucede si transplantamos el término potencia, un concepto matemático o de la física, al contexto del activismo sexo-genérico? ¿Qué posibilidades habilitamos y qué cercos destruimos cuando lo hacemos jugar con el insulto que, a la vez que nos niega una vida vivible nos otorga una existencia en la abyección?
Potencia es la capacidad para realizar alguna cosa o producir un efecto; es la capacidad de una cosa para cambiar de estado; es el cociente entre el trabajo realizado por una máquina y el tiempo empleado; es el producto que resulta de multiplicar una cantidad por sí misma tantas veces como indica un número llamado exponente o grado; la energía potencial es la energía que posee un cuerpo o sistema físico por el hecho de su posición o estado.
Injertemos provisoriamente el término en el discurso sexo-político y tensionemos los sentidos de Potencia Tortillera. ¿Energía disruptiva que posee un cuerpo lesbiano por su posición en el sistema de regulación de la sexualidad estatal? ¿Producto de multiplicar la cantidad de lesbianas por el grado de invisibilidad? ¿Es el cociente entre el trabajo realizado por un cuerpo económicamente improductivo para el sistema sexo-genérico y el tiempo de un capitalismo postfordista? ¿Es la capacidad para producir mutaciones en los movedizos territorios del cuerpo y el deseo?
Alejada de todo espíritu doctrinario, no me anima un proyecto definicional. Por eso, Potencia Tortillera creo que es un núcleo que acumula e intensifica significados y búsquedas de agenciamientos de lesbianas inquietas por el mundo y por la vida, propias y de las otras, de cuerpos amasados en los avatares de las sensibilidades contemporáneas.
Un modo de producción de subjetividad política: configurar un “nosotras”múltiple
Este palimpsesto es parte de un deambular hambriento por hilvanar colectivamente un examen de la praxis política lésbica con nuevas preguntas y vitalizar las experiencias vigentes en la medida que tengan la potencia de conquistar realidad.
De algún modo, viejas conversaciones, saberes ocasionales, intuiciones azarosas, diálogos inconclusos, se re-editan en este esfuerzo por inventarnos cada vez en los terrenos transitados, organizando una modalidad de pensamiento y agrupamiento afín con la contingencia.
Se ha dado cita un conjunto de ambientes subjetivos y una disposición para ir hacia las prácticas, hacia los modos en que se trabaja políticamente, lo cual puede dar lugar a la producción de un régimen de referencias que combatan las comodidades mentales.
En este sentido, Potencia Tortillera expresa el gesto vincular de recrear proximidades con el propósito de armar un espacio de pensamiento, un tipo de protagonismo fundado en la habilidad para habitar un tiempo discontinuo, que tiene como soporte un “nosotras” que no indica un lugar al que se pertenece, sino un espacio al que se ingresa para construirlo. Si pensar es merodear por los bordes de lo conocido es esperable que este “nosotras” aliente a desencadenar un proceso de liberación respecto de un sinnúmero de restricciones sobre los modos y alcances de ser lesbiana feminista, o por lo menos, de estar dispuesta a lidiar contra esos constreñimientos.
Si “nosotras” no es un conjunto de personas sino una configuración subjetiva de los pensamientos en una circunstancia, la centralidad de nuestros cuerpos es primordial. Como materia sensible e inteligente de registro, nuestra corporalidad es una especie de palimpsesto porque lo que hacemos de ella, es decir, lo que hacemos con nosotras mismas, se vincula a esas escrituras, re-escrituras así como borramientos, de lo que nos vuelve inteligibles o no, de los límites y posibilidades de vivir y hacer habitable nuestra carne sensible.
Si nuestro hacer, nuestro activismo siempre acontece en ciertas condiciones históricas ¿cuál es la marca de época en que se registra ese posible “nosotras”?
Asistimos al agotamiento de una ficción, los del estado-nación. Se están descomponiendo los parámetros que estructuraron la experiencia moderna del mundo. El lazo social moderno basado en la ficción del ciudadano y de las naciones, en la historia como donadora de la identidad, en la representación como dispositivo de funcionamiento y fundamentalmente basado en la idea de progreso, muestra descarnadamente sus residuos.
Transitamos un espacio caracterizado por la destitución de la soberanía del Estado en nombre de los poderes del capital neoliberal. En el neo-liberalismo, para que el funcionamiento del mercado sea eficaz, necesita una intervención continua y sostenida del Estado sobre las condiciones materiales, culturales, tecnológicas, sociales de la “vida”. La estabilidad es consigna absoluta del Estado técnico-administrativo, que no gestiona las demandas de todos los habitantes sino los encargos de su soporte subjetivo: los consumidores. La relación social ya no se establece entre ciudadanos sino entre consumidores que intercambian productos.
Se produce no tanto la cesación objetiva del Estado como al agotamiento de la subjetividad y el pensamiento estatales. El Estado no desaparece como cosa, se agota la capacidad que esa cosa tenía para instituir subjetividad y organizar pensamiento. De este modo, pensar sin estado[3] es una contingencia del pensamiento –y no del Estado-, nombra una condición de época como configuración posible de los mecanismos de pensamiento.
Entonces, como activistas lesbianas feministas, ¿a qué Estado le reclamamos cuando lo hacemos ? ¿A qué tipo de Estado le exigimos reconocimiento y derechos en materia de derechos sexuales? Tenemos pendiente este análisis, al que apenas asomamos.
Esta destitución de los modos tradicionales del pensamiento y la acción política necesariamente nos incita a marcar acercamientos y distanciamientos con ciertas prácticas y discursos. Es decir, nos impone pensar de otro modo.
Si consideramos que una idea significa en la red de prácticas en que se inscribe, Potencia Tortillera invoca la capacidad de intervenir en la subjetividad.
En tanto la práctica es una fuerza productora da valor social, valor que no viene dado externamente (representantes del gobierno, academia, etc.) sino que se percibe en la posibilidad de experimentar una variación en los modos de estar, la iniciativa Potencia Tortillera puede llegar a convertirse en un estado de convulsión múltiple que trastoque la vida histórica y política de cada potencia.
Como todas las prácticas y discursos tienen su historicidad, esta pulsión política que se dio en llamar Potencia Tortillera emerge en un contexto de docilidad, disciplinamiento y subordinación a las políticas de Estado del gobierno K, que parte del movimiento feminista y LGTTB apoya y promueve, conjugado con una escena del activismo lésbico-feminista que manifiesta carencia de debate y acciones articuladas.
En este sentido, se vuelve urgente comenzar a interrogar si la homonormatividad no es parte de la política sexual del neoliberalismo, a través de la mercantilización de las identidades. Qué crítica realizamos en este sentido: la falta de acceso al consumo o que sea el consumo el que defina el acceso a la humanidad legítima. La fórmula del Estado parece ser hoy “un máximo de extorsión a un mínimo de existencia”.
Si se agotan las subjetividades estatales, la ficción del ciudadano, los modos de sentir también se ven afectados. Si Potencia Tortillera constituye la emergencia de una escena de prácticas reagrupadas bajo un insulto sexual como modo artesanal de gestión de la cotidianeidad política de nuestras vidas ¿cómo se trastoca la economía de los afectos? ¿qué sensibilidades pueden estar configurándose en este modo de hacer con otras?
En lugar de construir una forma ideal que se proyecte sobre las cosas, es mejor centrarse en detectar los factores favorables que pueden configurar una situación. Careciendo del impulso de un imperativo categórico, de lo que debe ser, estableciendo prerrogativas de pertenencia, más que la posibilidad y el compromiso de pensar y ser pensadas con otras, Potencia Tortillera es un término que adquiere una creciente densidad de sentidos por su andar exploratorio, disperso y permeable a las mezclas.
No es una marca comercial o una mera inscripción en una remera. Es el deseo de una política radical lesbiana, que registra la historicidad de la contestación política. Es dosis concentrada de revulsión frente a la normalización y asimilación mediante la resignificación y apropiación del insulto. No es identidad, es articulación de existencias que encuentran placer en provocar y perturbar el código heteronormativo, desatando la identidad de la corporalidad, desanudando lesbiana de mujer. Es impulso de subjetivación crítica en el régimen político de la heterosexualidad capitalista. Es intervención en los territorios de las prácticas micropolíticas, la marca de un trazado artesanal del pensamiento político. No refiere tanto al sujeto soberano que impulsa la adquisición de derechos como a la sujeta que encarna el tortillaje guerrero[4]. No tiene propiedad más que el fluir de sentidos y contrasentidos. Se carga con los significados de las prácticas situadas de autoafirmación de cada una y de todas, no hay universalidad asfixiante. Es un núcleo de posibilidad para practicar la experimentación. Tiene vocación herética que erosiona el silencio y la domesticación. Capta la fuerza política de ciertas modalidades de acción no percibidas en las coordenadas habituales del repertorio de la cultura militante. Es un agenciamiento de enunciación que excita a la “insurrección de las contra-conductas” [5]. Quiere sacarle filo a un proyecto que polemice. Es un laboratorio corpo-politico-emocional en el cual los cuerpos testean colectivamente formas de vidas.
A partir de una idea de procedencia borrosa se fue componiendo este escrito balbuceante con registros diferenciales, herencias feministas, articulación provisoria de lecturas dispersas e intensidades disímiles, que más que ofrecer certezas pretende estimular, a manera de una cartografía del devenir lesbitortiqueer, las aperturas de lo posible en el campo del activismo lésbico y del feminismo under.
Este es un modo de escritura de Potencia Tortillera, habrá otros ímpetus que le otorguen texturas y tonalidades creativas; sin embargo, en la cicatriz indeleble de la perturbación está su vitalidad.
Escrito en enero del 2008.-
Bibliografía
Tortillaje guerrero – volante del 28 de junio – trolas del desierto-lesbianas pendencieras- 2006
Contrabandos queer. Beatriz Preciado Maire Hélene Bourcier, en “Miradas sobre la sexualidad en el arte y la literatura del siglo XX en Francia y España. 2001”. Universidad de Valencia, Vicente Aliaga comp.
Pensar sin estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Ignacio Lewkowicz. Bs As, Paidós, 2006.
Potencias de la variación. Entrevista con Maurizio Lazzarato en revista Multitudes. 2005. Traducción al español de la Revista “Sé cauto”, Cali, Enero-2005
Ciudadanía y sexualidad en la Ciudad de Buenos Aires. Aluminé Moreno. Revista Nómadas, Nº 24, abril 2006. Universidad Central – Colombia.
Saberes_vampiros@War, Beatriz Preciado en http://czc-virtual.blogspot.com
Notas
[1] Es para destacar el caso de María José Muñoz, boxeadora, lesbiana, con expresión de género masculina, rapada a ambos lados de la cabeza, con una cresta incipiente, que fue acusada por el homicidio de la odontóloga Mariela Frydman (Página/12, 14/12/07). Ambas vivían en el mismo edificio. Muñoz, había denunciado al momento de su detención que era “perseguida por ser lesbiana”, ya que la línea de investigación del homicidio de Frydman, hallada atada y apuñalada en su departamento del barrio porteño de Núñez el 27 de noviembre, contemplaba una motivación pasional por parte de Muñoz. Afirmó al diario: “Yo soy como soy y no pienso cambiar en nada mi aspecto”, que anteriormente le valió dos semanas en el Penal de Mujeres de Ezeiza.
[2] Beatriz Preciado nos advierte que “Recientemente en Europa y después de algunos años en los Estados Unidos, se ha visto sobrecodificar, recolonizar a la palabra queer por el discurso dominante: Ardisson ya había registrado la palabra queer en 1998 en la INPI, pero es preciso esperar hasta 2004 para ver aparecer toda una serie de discursos normatizantes tanto mediáticos como académicos, que van a apropiarse del mote queer para tomarlo en sus propios efectos de saber-poder. El actual contexto de reapropiación exige un desplazamiento aún más vertiginoso”. Más allá de su advertencia, en el contexto local es notorio el uso superlativo del término con fines comerciales.
[3] Pensamiento desarrollado por Ignacio Lewcowicz
[4] “Por aquellas que están cerca y por las que ya no están/ por las camaradas caídas/ por las vencidas/ lamentación/ tributo/ evocación de deseo ardiente” Monique Wittig -Sande Zeig, “Borrador para un diccionario de las amantes”
El tortillaje guerrero es nuestra inscripción poética y política en los espacios de existencia por los que transitamos. Construimos como lesbianas una narración autobiográfica colectiva como forma de oposición a la naturalización de la heterosexualidad. Así, nos reapropiamos de la nominación abyecta de la sexualidad femenina, para hacer de ella el lugar de una reivindicación política y estética. Como estrategia de contra-poder, invertimos la injuria para descargarla de su energía brutal. El activismo es un campo de experimentación, un lugar de producción de nuevas subjetividades. Dibujamos con nuestra arquitectura corporal, las coordenadas de la condensación política de una experiencia vital, de la reivindicación de la sexualidad como espacio de politización. Las líneas de batalla que trazamos desde el impulso epistémico tortilla, incitan a la posibilidad de ser sujetas de enunciación del conocimiento y a la transformación del espacio público.
En una fecha como el 28J es prioritario hacer que la normalidad se dé cuenta de que ella misma es también una identidad, sólo que es la identidad dominante y la más opaca. La norma heterosexual no se revela de manera explícita, su fuerza reguladora radica en la afirmación e imposición tácita del deseo legítimo. Frente a los procesos de normalización, mercantilización y despolitización como métodos del Estado, el mercado y el capital para volvernos dóciles, nos situarnos como disidentes sexuales que renegamos del discurso de la asimilación e integración.
Nuestras prácticas son ensayos que parten de las experiencias personales y políticas, narradas y convertidas en contestación política. Somos lesbianas que nos resistimos a ser contadas por otros/as, con una praxis de deambular por las fronteras, siempre difusas y móviles, entre: lo artístico y lo político, el género y lo transgénero, el ser mujer y el ser lesbiana.
Frente a una historia de silencios y borramientos, nuestra tarea es la invención. El tortillaje guerrero es una ficción productora de realidad acerca de una posición política. Es una cartografía de las estrategias de resistencia a la heterosexualización del género y del cuerpo y un mapa de plataformas futuras de acción. Practicando una escritura desafiante, incisiva, contra el lenguaje del amo que domestica las palabras, construimos desde una sensibilidad guerrera este artificio teórico desde el que nos imaginamos y pensamos.
Para nosotras, el 28J no es un pedido de legalización ni de privilegios ni corrección política. Es un día de furia, de gestos de desacato que muestren la ideología conservadora y heterocentrada del discurso social así como la homo/lesbofobia en la subjetividad colectiva. Es un día de rabia, para mostrar el régimen excluyente de afectos y placeres producido por la unidad de la patria, la moral cristiana y el modelo de familia tradicional. Es otra forma de imaginar el mundo desde todos los lugares agredidos y criminalizados por esta maquinaria neoliberal y globalizante. Es un día confrontación desde el dolor y la bronca del silenciamiento, la vergüenza, la ignorancia, la degradación, la impugnación. Pero, sobre todo, es un día de celebración, de embriaguez por el goce y la creatividad; es un día para imaginar y hacer otro mundo.
[5] El objeto del saber, en este caso la lesbiana, se vuelve agente, a través del análisis y el desvío de los discursos y de las técnicas que lo habían producido como especie a controlar.
fuente: escritos herèticos
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