En esta entrevista publicada en la Revista Shock, Nestor Perlongher, denuncia casos de represión y abuso policial, ocurridos durante el período de la dictadura militar, entre ellos el caso de 3 lesbianas. (Diana, Lidia y Mariana)
La Persecusión de los Homosexuales
El 12 Congresode AMNESTY INTERNATIONAL, con la presensia de represetantes de 44 países, adoptó la siguiente resolución sobre la represión a los homosexuales: “Sobre la cuestión de la actitud que la orgaización debe tomar en relación de las personas presas por ser homosexuales, el Consejo decide que quien fuera prisionero por abogar la causa homosexual debe ser considerado como un prisionero de conciencia. Definición de prisionero de conciencia: Cualquiera que fuera aprisionado, detenido o restringido físicamente, de cualquier modo en razón de su origen étnico, sexo, color, o lengua, siempre que no haya usado o abogado la violencia”.
Néstor Perlongher, argentino, que vive hace varios años en San Pablo recogió los testimonios que figuran a continuación, sobre personas de ambos sexos, que son perseguidas y encardeladas en nuestro país, por ser homosexuales, sin que siquiera se les permita recurrir a la justicia. Esto constituye una clara violación a los derechos humanos. Néstor es un ex militante del Frente de Liberación Homosexual ya disuelto, en Argentina. En estos momentos integra en Brasil una Comisión de Derechos Homosexuales.
Gustavo R. tiene 25 años. Entre 1974 y 1983, fue encarcelado tres veces, en virtud del edicto policial conocido como “2º H”. Este es su testimonio.
“La primera vez que me pusieron el `2º H´ fue en 1974. Eran las 4 de la mañana, estaba esperando el colectivo para ir al restaurante donde trabajaba de mozo, y fui detenido. En la comisaría me hicieron firmar un papel y me llevaron al Departamento Central de Policía. Allí me hicieron firmar nuevamente, de modo que me pusieron dos `2º H´ el mismo día. Me acusaron de pertenecer al FLH, de haber manifestado en Plaza de Mayo y de repartir volantes en la calle; yo hacía pocos meses que vivía en Buenos Aires, y ni siquiera sabía de la existencia del Frente.
A partir de eso, prácticamente me seguían. Al poco tiempo volvieron a detenerme; eran las 6 de la tarde, yo iba para el centro y llevaba un regalo para una amiga: un conjunto de gargantilla, aros y un anillo. Se encapricharon en que eso era realmente para mi uso, me obligaron a ponérmelo y me fotografiaron con el atuendo encima. Cuando hablé con el comisario, le expliqué cómo me habían puesto dos `2º H´ el mismo día – él me quería mandar a Devoto, porque era la tercera caída – y me soltó. Pero a los dos meses los mismos policías volvieron a agarrarme, y me encerraron 21 días en el pabellón de contraventores de la cárcel de Villa Devoto.
La segunda vez que me mandaron a Devoto, fue en el 78. Me detuvieron a las dos de la tarde en Pueyrredón y Viamonte, en un episodio de lo más insólito: un chico jovencito me pregunta dónde paraba un ómnibus, y yo le indico, va a cruzar la calle conmigo y, en medio de la calzada, se arrepiente y vuelve. Cuando llego a la vereda de enfrente, tres policías de civil, que habían estado observando la escena, me acusan de estar levantándome al pendejo. Les pido que se identifiquen, porque ya una vez me habían pedido documentos unos tipos que decían ser policías, y aprovecharon para robarme la plata de la cartera. Entonces me trataron de “canchero”, de prepotente, y me llevaron, pegándome e insultándome, a la comisaría. A todo esto el menor había desaparecido. En la seccional el sargento de guardia, cuando me estaba tomando las huellas digitales, me obligó a desnudarme: me hace agachar y me mete el caño de una escopeta en el culo, quería que le contara qué había hecho con el menor. Al otro día vuelve a hacerme lo mismo, exigiéndome los detalles de mis presuntas encamadas con los demás presos en la celda común. Después querían hacerme firmar la conformidad con el `2º H´, sin dejármelo leer, asegurándome que era un requisito para salir en libertad. Me niego, y me encierran en el calabozo de castigo; cuando me sacan, en el lugar de la firma escribo APELO. Entonces rompen la hoja y me meten en el calabozo con tres verdugos para que me revienten. Yo pensé: acá me deshacen, y firmé. A las tres horas el camión celular me condujo a Devoto.
Una noche, salía con un amigo de la clase de danza, y a una cuadra de casa nos intercepta un patrullero; revisa los bolsos y encuentra las mallas de baile: prueba inequívoca de nuestra homosexualidad. Cuando llegaron los antecedentes, a mi amigo lo soltaron, pero a mí me querían dejar preso. El comisario se apiadó y me soltó, advirtiéndome que tuviera cuidado al salir porque en cualquier momento me bajaban de un tiro.
No pasaron diez días, cuando un patrullero con los mismos canas me llevan y me incomunican. Yo iba vestido de de traje aunque soy jardinero.
A la noche vino la abogada, pero no pudo hacer nada. El domingo, cuando llegaron los antecedentes, quisieron que firmara mi “confesión”; cinco veces firmé, poniendo delante de la firma “APELO AL JUEZ”; y cinco veces rompieron la hoja. Al final, el principal ordenó me pusieran desnudo en un calabozo y que me dieran con agua fría, mangueras y palos de goma (que no dejan marcas) para convencerme. Me resistí un poco, pero el miedo pudo más, y firmé.
Al día siguiente me llevaron en un patrullero a Devoto. Habitualmente se espera al carro, que recorre todas las seccionales llevando a los presos, pero no lo hicieron para evitar la acción de la abogada. Una vez en la cárcel de Devoto, no se puede apelar.”
Diana, 38 años
la detuvieron una noche y la pasearon por todos los boliches de Buenos Aires, en un automóvil no identificado en un automóvil no identificado, para que ella marcara a chicos y chicas gays. Hasta la llevaron a un bar donde, en una mesa, estaban sentadas sus amigas; pero ella negó conocer a nadie. Los policías la trompeaban, y le decían: “Marcá a las tortas que te largamos”.
Ella permaneció firme en su actitud, lo que le costó una fuerte paliza. Le pusieron el `2º H´ y la mandaron a Devoto, de donde un pariente influyente logró hacerla salir. Quedó muy mal, y para colmo sus amigas se apartaron de ella, porque estaba marcada por la cana. Huyó a Francia. “
Lidia, 25 años – Mariana 32 años
“Estábamos en un boliche en la Boca, y salimos a dar una vuelta y comprar cigarrillos. Subimos al coche, y en el momento de arrancar nos damos un beso. De pronto, nos golpean el vidrio: era un patrullero y tres policías con linternas rodeando el auto, nos bajaron a golpes gritándonos: “tortas, degeneradas, etc.”. Quedamos “incomunicadas”. Nos llevaron a un hospital, donde nos revisaron (???) y le contaron, con las peores palabras, su versión de los hechos, pidiéndole testimonniara que además estábamos drogadas, cosa que él médico no aceptó. Después, nos trasladan a la comisaría, donde nos colocan en calabozos separados, nos pegan, nos insultan, nos maltratan. Al final, nos llama el comisario. Su versión de los hechos es que estábamos hacieno el amor en el coche, cuando en realidad apenas nos habíamos rozado las mejillas. Lo negamos, pero no fuimos escuchadas. Nos pusieron el `2º H´ y nos soltaron. Tenemos miedo, mucho miedo. No salimos jamás; y esperamos poder irnos pronto del país”.
Fuente: Archivos Desviados
Agradecemos a Juan Pablo Queiroz en envío de este material
Transcripción del artículo: Equipo Potencia Tortillera
Incorporación al archivo abril de 2024.
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