La escritura de la mosca. Territorios imaginarios, feminismos y cuerpos imposibles
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Texto completo: La escritura de la mosca
Y fue en aquel silencio, aquel día, cuando de repente, en la pared,
muy cerca de mí, vi y oí los últimos minutos de la vida
de una mosca común…
Me senté en el suelo para no asustarla. Me quedé quieta.[1]
muy cerca de mí, vi y oí los últimos minutos de la vida
de una mosca común…
Me senté en el suelo para no asustarla. Me quedé quieta.[1]
Mientras se desarrollaba el juicio por el asesinato de la Pepa Gaitán, fusilada por el padrastro de su novia en marzo del 2010, tenía en mis manos Escribir, de Maguerite Duras y un pasaje del libro me pegó un zarpazo visual de tal magnitud que mi lectura literaria devino en lectura política. La imagen del epígrafe, de la agonía de la mosca común, desplegó la articulación de una poética de la voz que, mascullante, se gestaba en mi pensamiento. La mosca me situaba en una cercanía de insospechada marca identitaria. Kristeva afirmaba que la crítica política se ejerce desde el trabajo mismo de la escritura, en la talla del lenguaje. Así asomó esta escena de escritura como escena del pensar, con su economía lenta de pausas e intervalos, desandando los caminos de lo instituido, desechando enunciados despojados de toda materialidad sensible. Entonces, un juego inconexo de territorialidades se fue desplegando a medida que leía a Duras, a medida que transcurría el juicio, a medida que aumentaba mi desolación por la escasa repercusión en el activismo feminista. Territorios del deseo y de la contienda política. Por el territorio se mata y se muere, y en Ledesma se reactualizaba el imperativo. Ficciones de fronteras, de divisiones, de nosotr*s y los otr*s, de extranjer*s y nativ*s, de viajes y pasajes. La mosca venía a encender, una vez más, el sentimiento de extranjería superlativa de las lesbianas.
Estaba sola con ella en toda la extensión de la casa. Nunca
hasta entonces había pensado en las moscas, excepto para
maldecirlas, seguramente. Como usted. Fui educada como usted
en el horror hacia esa calamidad universal, que producía
la peste y la cólera.[2]
hasta entonces había pensado en las moscas, excepto para
maldecirlas, seguramente. Como usted. Fui educada como usted
en el horror hacia esa calamidad universal, que producía
la peste y la cólera.[2]
El asesinato de la Pepa fue un acontecimiento traumático cuyas resonancias en el activismo feminista se limitaron, casi con exclusividad, a firmar alguna declaración que circuló en forma electrónica y en exhibir, nuevamente, un debate silenciado y siempre inconcluso –por suerte-acerca de los cuerpos del feminismo. Habrá quienes estarán evaluando la injusticia de mis aseveraciones, ya que no sólo el feminismo tuvo una política de silencio con respecto a este asesinato, imposibilitado por sus preceptos teóricos-políticos de actuar más enfáticamente. Otros movimientos también tuvieron similar actuación. Es cierto, igualdad en la inacción y en la falta de sensibilidad política. La ignominiosa maniobra de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays y Trans, que abandonó política y económicamente a Natalia Milisenda, la abogada de la familia de la Pepa, requiere de un repudio enérgico de la comunidad activista. Pero en este momento mi inquietud se detiene en el feminismo porque es el territorio que transito, un campo prolífico de prácticas, teorías y deseos en tensiones, al que tengo una afiliación dificultosa, disputada, compleja, pero filiación al fin. En el que suelo posicionarme con acento heterodoxo porque rehúso aquellos referentes, perspectivas y estrategias que se vuelven dogmáticas y casi incuestionables. Porque aprendí del feminismo, tuve miedo de cierto feminismo, y sigo apostando al feminismo. Este es el silencio y el silenciamiento que me interesa destacar, el de procedencia feminista que apenas se hizo eco de esta muerte.
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Texto completo: La escritura de la mosca
publicado en escritos heréticos
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