textos preparados
Yuderkys Espinosa Miñoso
Sobre la situación del movimiento lésbico en Argentina hoy
Quiero poner sobre la mesa algunos puntos:
1. La manera en que en la última década se ha dado lo que yo llamo un traslado del epicentro de la acción del movimiento de lesbianas desde Buenos Aires hacia el “interior”, o sea lo que podríamos llamar un proceso de traslado de la acción lesbiana y lesbiana feminista del centro a la periferia. Algo que se puede rastrear desde mediados de la primera década de este siglo en un momento de ruptura y desgaste del antiguo movimiento de lesbianas feministas asentado en Buenos Aires y que había vivido sus momentos de gloria a mediados de la década de los 90. Ese desgaste debido a múltiples factores que no da para abordar en unos pocos minutos, se percibió en el momento en que nuevas actoras y sujetos entraban a la escena política dejando ver los límites de la antigua acción. La capacidad de respuesta ante este giro determinó la posibilidad de subsistencia o no en el nuevo contexto. Parte del nuevo escenario estuvo definido por la aparición de nuevas generaciones activistas de lesbianas y lesbianas feministas distribuidas en todo el territorio nacional, y digo, que de allí surgirían las nuevas caras, muchas de ellas hoy aquí, que liderarían el movimiento en este último tiempo.
2. La manera en que en Buenos Aires el activismo de lesbianas y lesbianas feministas se ha concentrado en demandas de reconocimiento particulares para las lesbianas: por el reconocimiento de sus familias, por el reconocimiento de las uniones no heterosexuales. Y por el otro lado en un trabajo activista dentro de la agenda más global del feminismo. Caso de Lesbianas y Feministas por el Derecho al Aborto, caso de La Casa del Encuentro, o en mi propio caso, la aglutinación en un grupo internacional donde somos todas lesbianas pero nos aglutinamos alrededor de la articulación de opresiones. También formo parte del grupo de investigación activista “feministas ch´ixi” donde estamos varias lesbianas y trabajamos desde una perspectiva que incorpora el lesbianismo feminista, sin embargo somos varias identidades y los que nos nuclea es el proyecto político. Esto de cómo muchos proyectos en los que estamos las lesbianas feministas cada vez se nuclean más entorno al proyecto político, es un cambio interesante que quiero poner en la mesa.
3. Por último, quiero traer aquí dos cuestiones que son las cuestiones claves que me animan en este momento de mi recorrer pensante y activista:
a. Por un lado algo que no es nada nuevo para mí y es la manera en que mi visión y análisis de la opresión se mantiene anclado, y hoy más que nunca, en entender la heterosexualidad no como preferencia sexual sino como régimen, un régimen que produce efectos concretos en los cuerpos y lo más importante, en la producción del deseo y de un tipo de sujeto reivindicador de ese deseo. Parte de los análisis en los que estoy en este momento involucra en estos momentos tratan de mostrar la manera en que la heterosexualidad como régimen está intrínsecamente articulada a los proyectos de nación y construcción geopolítica de una relación de fuerzas a escala mundial.
b. Por el otro lado decir que me encuentro en un proceso de giro epistemológico, de cambio sustantivo de mis intereses, mi mirada y la política a la que adscribo. Este proceso comenzó hace un tiempo cuando me di cuenta en el Buenos Aires blanco y europensante que yo efectivamente nunca podría dejar de ser la pobre migrante dominicana puta objeto de burlas por su forma de hablar, de moverse o de escribir. Mi origen no me sería perdonado y no importaba lo que yo hiciera, no importaba lo que yo intentara escapar siempre me sería recordado como marca imborrable. Un origen que a la mirada occidental resulta deficiente, menospreciado, inhabilitante. Al inicio darme cuenta de ello me provocó dolores, pero después encontré la fuerza necesaria para enfrentarlo. Gracias a ese dolor y a las marcas que produjo hoy sigo caminando y soy otra cosa que ayer. No estoy en Dominicana, estoy aquí, pero es como si en algún punto nunca me hubiera ido. Esto me llevó a pensar y necesitar beber de otras fuentes porque el lesbianismo feminista, el feminismo, la izquierda convencional, el movimiento sociosexual en sus múltiples variantes: LGTTBI, homosexual, queer, etc., no dan cuenta de aquello que lo explicara de manera eficaz. Los activismos locales en los que he estado inmersa, aunque críticos siguen fieles a la tradición occidental y su producción de miradas, explicaciones, discursos. Como mucho desde aquí lo que hemos aspirado es a la reapropiación, no más. Fue así que me vi cada vez más cerca de la lucha antirracista, anticapitalista y a la práctica y el pensamiento descolonial. Redescubrí que muchas de las lesbianas feministas que iniciaron el giro crítico a la categoría mujeres, esas que había leído y que habían sido mis referentes habían ya pensado muchas de estas cuestiones desde condiciones parecidas de subalternización múltiple pero en geografías menos abyectas; y me di cuenta también que no era suficiente quedarme con su pensamiento sino que este sirviera de aliento para buscar la palabra propia, para pensarme a mi misma desde aquí, desde estas tierras y su historia de colonización, de búsqueda y de resistencias.
**********
Canela Gavrila
El movimiento de lesbianas en la actualidad
Hablar de movimiento de lesbianas siempre me parece exagerado, me genera el temor de caer en esencialismo y universalizaciones de un movimiento que no resulta heterogéneo, sobre todo a la luz de la aprobación del matrimonio igualitario hace menos de un año.
Si hacemos uso de nuestra memoria histórica, al menos de corto plazo, podemos ver que las diferencias al interior del movimiento ya eran evidentes por ejemplo en el 1er Encuentro de lesbianas y bisexuales llevado adelante el 4y 5 de mayo de 2008 en Rosario, donde se hicieron evidentes dos estrategias políticas: la de quienes utilizan las “herramientas del amo” –en palabras de Audre Lorde- creyendo en que el reconocimiento civil a través del matrimonio es un salto en la lucha de las lesbianas y otra estrategia que es la de quienes consideramos que el matrimonio ha sido y es una institución hetero patriarcal que normativiza el deseo y nuestras prácticas erótico-amatorias, sesgando la radicalidad y potencialidad del lesbianismo como identidad política que subvierte el régimen de la heterosexualidad obligatoria.
Por tanto es evidente que la escisión dentro del movimiento lésbico ha generado dos espacios de diálogo. Uno de éstos se erige como una voz hegemónica, cuenta con instituciones (INADI, Federación LGTB, entre otras) además del apoyo sectores “progres K” estableciendo un diálogo que tiene como principal interlocutor el Estado. Quienes no nos sumamos a la oleada igualitaria y diversa gestamos otros tipos de diálogos de carácter local con grupos heterodisidentes, gltttbi y feministas, apostando a un trabajo de base y a un coordinación acotada a la geografía inmediata.
El punto en que estos dos espacios deberían haber dialogado fue el crimen lesbofóbico de Natalia Gaitán. Ya todas sabemos que es la lesbofobia y como nos ataca no solo a través de puñetazos y golpes (al menos así los reconoce el Estado, la policía y sus fiscalías como casos de violencia) como así también el silencio y los estereotipos. Pues bien a Natalia la mataron y hemos realizado intervenciones aisladas, pero no logramos consensuar entre los grupos que conformamos el movimiento de lesbianas (otra vez me refiero a los grupos orgánicos al discurso estatal y los que aparecerían como contrahegemónicos) una consigna común o una agenda de lucha que se pudiera mantener en las distintas regiones y ciudades. Tampoco logramos incluir la lesbofobia en los medios de comunicación como otra particularidad de la violencia sexualizada, muy a pesar de que aceptan que nos casemos y seamos ciudadanas “normales” no se abordan las problemáticas propias de las lesbianas como son las violencias cotidianas en las que nos encontramos como prófugas del regimen heterosexual.
Ahora desde mi lugar como lesbiana-bardo-feminista (término acuñado con mis anteriores compañeras de las Malas Como Las Arañas en alusión a que nuestra visibilidad y puesta en escena siempre es disruptiva y repulsiva, siendo un ataque o un bardo para quien no quiere ver, no quiere oír) me abocaré a pensar el movimiento desde donde yo me ubico a modo de no caer en habladurías de aquello que no me convoca.
Considero que el lesbianismo es un vínculo positivo entre lesbianas y mujeres que construyen una sexualidad desafiante al poder patriarcal puesto que desconocen al varón como legitimador y mediador de las relaciones entre nosotras. A su vez este desafío de construir una sexualidad disidente nos convoca en dos frentes de acción, por una parte los feminismos que se reconocen como espacio de lucha y resistencia frente al poder androcéntrico y por el otro nos referencia en un colectivo más amplio junto con el movimiento gltttbi en la construcción de identidades sexuales disidentes a la hetero “normal” en un amplio trabajo de base por la transformación cultural. Cabe preguntarnos qué sucede cuando necesitamos abordar problemáticas particulares de lesbianas, tal vez deberíamos reflexionar acerca de cuál es el temor de la historia que nos antecede como lesbianas que nos hace abortar cualquier intento de reunión.
Frente a esta pregunta no tengo respuestas teóricas, sino propuestas, necesidad de ponerme en movimiento de romper miedos ancestrales y transformar error en aprendizaje. Disculpen mi romanticismo, mi idealismo, pero creo que es momento de generar acciones desde el lugar en que nos sentimos parte del movimiento lésbico y aventurarnos a pensar estrategias desde nuestro feliz lugar marginal, arriesgándonos al menos a nombrarnos, visibilizarnos… a cobrar existencia real. Si el matrimonio igualitario se impuso en la agenda del movimiento no creamos que eso acaba nuestra acción.
Quizás sea momento de que nos afiancemos en nuestra radicalidad frente a un movimiento lésbico multicolor que nos opaca. Hemos olvidado el revolucionario acto de nuestra unión, nuestra “potencia tortillera”.
Pienso que las dificultades en pensarnos colectivamente, en no poder coordinar o en encontrarnos sólo en la presentación de algún libro de lesbianas quizás se corresponda a que si bien no luchamos por la implementación de una agenda política cívica, algunos elementos de la política moderna (entendiendo por esta aquella creada hace mas de 2 siglos por y para hombres) se ha ido entrometiendo en nuestros asuntos y rompiendo algunos lazos de confianza. Así parte del movimiento agradece y festeja los triunfos en términos de ciudadanía y la otra parte se queda aislada aquejumbrada. Podría suponer que en nuestra lucha nos han ganado cuando veo las diferencias que también se generan al interior de esta parte del movimiento por ciertas referentes que pretenden -casi en una disputa de divas y desconociendo el legado feminista que tiene el movimiento lésbico- ser la cabecilla de ciertos procesos desconociendo el trabajo colectivo. Del mismo modo debería haber una autocrítica por el abuso de quienes estan mas experimentadas en hacer de las jovenzuelas uso de mano de obra barata reproduciendo las peores prácticas capitalistas y de poder.
Creo que es momento de poner coto a esta situación y volver a pensarnos, encontrarnos, revitalizar el radical vínculo entre lesbianas, reconocernos desde la disidencia, fomentar los encuentros, transmitirnos las experiencias. Deberíamos seguir escribiendo nuestra historia, revalorizar nuestras experiencias disidentes como la realizada por las lesbianas de Mendoza. Nuestra agenda radical debería buscar estrategias donde las lesbianas quepamos en función de nuestras necesidades, y con esto me refiero a salud, trabajo y educación. Debiéramos garantizar la no discriminación y a su vez tener el as bajo la manga ante las situaciones de agresividad (hacia las lesbianas y entre lesbianas) sin tener que esperar los pasos de las burocracias. Creo que nuestras exigencias deberían comenzar por la garantía de la educación sexual en las escuelas donde la heterosexualidad no sea lo natural sino una opción mas, donde no se conciba a la biología como destino, sino como otra invención cultural. Deberíamos asegurar la planificación de programas de salud donde se comprenda las necesidades particulares de las lesbianas, como los métodos de cuidados sexuales, solo por citar un ejemplo.
Creo en pocas palabras que es momento de recobrar nuestras experiencias, la cultura oral como base de transmisión de la cultura lésbica. Nadie nos enseñó a ser lesbianas, a cómo enfrentar la lesbofobia, a que decir ante una agresión en cualquier espacio, a como disfrutar plenamente de nuestra sexualidad y aventurarnos tras nuestros deseos. Quizás sea momento de que promovamos encuentros quitándonos las pesadas vestimentas de hacer política en términos modernos masculinos, para poder explorar y explotar nuestra infinita creatividad lésbica entre más y más compañeras promoviendo tratos equitativos de respeto, autonomía e igualdad.
Sobre la situación del movimiento lésbico en Argentina hoy
Quiero poner sobre la mesa algunos puntos:
1. La manera en que en la última década se ha dado lo que yo llamo un traslado del epicentro de la acción del movimiento de lesbianas desde Buenos Aires hacia el “interior”, o sea lo que podríamos llamar un proceso de traslado de la acción lesbiana y lesbiana feminista del centro a la periferia. Algo que se puede rastrear desde mediados de la primera década de este siglo en un momento de ruptura y desgaste del antiguo movimiento de lesbianas feministas asentado en Buenos Aires y que había vivido sus momentos de gloria a mediados de la década de los 90. Ese desgaste debido a múltiples factores que no da para abordar en unos pocos minutos, se percibió en el momento en que nuevas actoras y sujetos entraban a la escena política dejando ver los límites de la antigua acción. La capacidad de respuesta ante este giro determinó la posibilidad de subsistencia o no en el nuevo contexto. Parte del nuevo escenario estuvo definido por la aparición de nuevas generaciones activistas de lesbianas y lesbianas feministas distribuidas en todo el territorio nacional, y digo, que de allí surgirían las nuevas caras, muchas de ellas hoy aquí, que liderarían el movimiento en este último tiempo.
2. La manera en que en Buenos Aires el activismo de lesbianas y lesbianas feministas se ha concentrado en demandas de reconocimiento particulares para las lesbianas: por el reconocimiento de sus familias, por el reconocimiento de las uniones no heterosexuales. Y por el otro lado en un trabajo activista dentro de la agenda más global del feminismo. Caso de Lesbianas y Feministas por el Derecho al Aborto, caso de La Casa del Encuentro, o en mi propio caso, la aglutinación en un grupo internacional donde somos todas lesbianas pero nos aglutinamos alrededor de la articulación de opresiones. También formo parte del grupo de investigación activista “feministas ch´ixi” donde estamos varias lesbianas y trabajamos desde una perspectiva que incorpora el lesbianismo feminista, sin embargo somos varias identidades y los que nos nuclea es el proyecto político. Esto de cómo muchos proyectos en los que estamos las lesbianas feministas cada vez se nuclean más entorno al proyecto político, es un cambio interesante que quiero poner en la mesa.
3. Por último, quiero traer aquí dos cuestiones que son las cuestiones claves que me animan en este momento de mi recorrer pensante y activista:
a. Por un lado algo que no es nada nuevo para mí y es la manera en que mi visión y análisis de la opresión se mantiene anclado, y hoy más que nunca, en entender la heterosexualidad no como preferencia sexual sino como régimen, un régimen que produce efectos concretos en los cuerpos y lo más importante, en la producción del deseo y de un tipo de sujeto reivindicador de ese deseo. Parte de los análisis en los que estoy en este momento involucra en estos momentos tratan de mostrar la manera en que la heterosexualidad como régimen está intrínsecamente articulada a los proyectos de nación y construcción geopolítica de una relación de fuerzas a escala mundial.
b. Por el otro lado decir que me encuentro en un proceso de giro epistemológico, de cambio sustantivo de mis intereses, mi mirada y la política a la que adscribo. Este proceso comenzó hace un tiempo cuando me di cuenta en el Buenos Aires blanco y europensante que yo efectivamente nunca podría dejar de ser la pobre migrante dominicana puta objeto de burlas por su forma de hablar, de moverse o de escribir. Mi origen no me sería perdonado y no importaba lo que yo hiciera, no importaba lo que yo intentara escapar siempre me sería recordado como marca imborrable. Un origen que a la mirada occidental resulta deficiente, menospreciado, inhabilitante. Al inicio darme cuenta de ello me provocó dolores, pero después encontré la fuerza necesaria para enfrentarlo. Gracias a ese dolor y a las marcas que produjo hoy sigo caminando y soy otra cosa que ayer. No estoy en Dominicana, estoy aquí, pero es como si en algún punto nunca me hubiera ido. Esto me llevó a pensar y necesitar beber de otras fuentes porque el lesbianismo feminista, el feminismo, la izquierda convencional, el movimiento sociosexual en sus múltiples variantes: LGTTBI, homosexual, queer, etc., no dan cuenta de aquello que lo explicara de manera eficaz. Los activismos locales en los que he estado inmersa, aunque críticos siguen fieles a la tradición occidental y su producción de miradas, explicaciones, discursos. Como mucho desde aquí lo que hemos aspirado es a la reapropiación, no más. Fue así que me vi cada vez más cerca de la lucha antirracista, anticapitalista y a la práctica y el pensamiento descolonial. Redescubrí que muchas de las lesbianas feministas que iniciaron el giro crítico a la categoría mujeres, esas que había leído y que habían sido mis referentes habían ya pensado muchas de estas cuestiones desde condiciones parecidas de subalternización múltiple pero en geografías menos abyectas; y me di cuenta también que no era suficiente quedarme con su pensamiento sino que este sirviera de aliento para buscar la palabra propia, para pensarme a mi misma desde aquí, desde estas tierras y su historia de colonización, de búsqueda y de resistencias.
**********
Canela Gavrila
El movimiento de lesbianas en la actualidad
Hablar de movimiento de lesbianas siempre me parece exagerado, me genera el temor de caer en esencialismo y universalizaciones de un movimiento que no resulta heterogéneo, sobre todo a la luz de la aprobación del matrimonio igualitario hace menos de un año.
Si hacemos uso de nuestra memoria histórica, al menos de corto plazo, podemos ver que las diferencias al interior del movimiento ya eran evidentes por ejemplo en el 1er Encuentro de lesbianas y bisexuales llevado adelante el 4y 5 de mayo de 2008 en Rosario, donde se hicieron evidentes dos estrategias políticas: la de quienes utilizan las “herramientas del amo” –en palabras de Audre Lorde- creyendo en que el reconocimiento civil a través del matrimonio es un salto en la lucha de las lesbianas y otra estrategia que es la de quienes consideramos que el matrimonio ha sido y es una institución hetero patriarcal que normativiza el deseo y nuestras prácticas erótico-amatorias, sesgando la radicalidad y potencialidad del lesbianismo como identidad política que subvierte el régimen de la heterosexualidad obligatoria.
Por tanto es evidente que la escisión dentro del movimiento lésbico ha generado dos espacios de diálogo. Uno de éstos se erige como una voz hegemónica, cuenta con instituciones (INADI, Federación LGTB, entre otras) además del apoyo sectores “progres K” estableciendo un diálogo que tiene como principal interlocutor el Estado. Quienes no nos sumamos a la oleada igualitaria y diversa gestamos otros tipos de diálogos de carácter local con grupos heterodisidentes, gltttbi y feministas, apostando a un trabajo de base y a un coordinación acotada a la geografía inmediata.
El punto en que estos dos espacios deberían haber dialogado fue el crimen lesbofóbico de Natalia Gaitán. Ya todas sabemos que es la lesbofobia y como nos ataca no solo a través de puñetazos y golpes (al menos así los reconoce el Estado, la policía y sus fiscalías como casos de violencia) como así también el silencio y los estereotipos. Pues bien a Natalia la mataron y hemos realizado intervenciones aisladas, pero no logramos consensuar entre los grupos que conformamos el movimiento de lesbianas (otra vez me refiero a los grupos orgánicos al discurso estatal y los que aparecerían como contrahegemónicos) una consigna común o una agenda de lucha que se pudiera mantener en las distintas regiones y ciudades. Tampoco logramos incluir la lesbofobia en los medios de comunicación como otra particularidad de la violencia sexualizada, muy a pesar de que aceptan que nos casemos y seamos ciudadanas “normales” no se abordan las problemáticas propias de las lesbianas como son las violencias cotidianas en las que nos encontramos como prófugas del regimen heterosexual.
Ahora desde mi lugar como lesbiana-bardo-feminista (término acuñado con mis anteriores compañeras de las Malas Como Las Arañas en alusión a que nuestra visibilidad y puesta en escena siempre es disruptiva y repulsiva, siendo un ataque o un bardo para quien no quiere ver, no quiere oír) me abocaré a pensar el movimiento desde donde yo me ubico a modo de no caer en habladurías de aquello que no me convoca.
Considero que el lesbianismo es un vínculo positivo entre lesbianas y mujeres que construyen una sexualidad desafiante al poder patriarcal puesto que desconocen al varón como legitimador y mediador de las relaciones entre nosotras. A su vez este desafío de construir una sexualidad disidente nos convoca en dos frentes de acción, por una parte los feminismos que se reconocen como espacio de lucha y resistencia frente al poder androcéntrico y por el otro nos referencia en un colectivo más amplio junto con el movimiento gltttbi en la construcción de identidades sexuales disidentes a la hetero “normal” en un amplio trabajo de base por la transformación cultural. Cabe preguntarnos qué sucede cuando necesitamos abordar problemáticas particulares de lesbianas, tal vez deberíamos reflexionar acerca de cuál es el temor de la historia que nos antecede como lesbianas que nos hace abortar cualquier intento de reunión.
Frente a esta pregunta no tengo respuestas teóricas, sino propuestas, necesidad de ponerme en movimiento de romper miedos ancestrales y transformar error en aprendizaje. Disculpen mi romanticismo, mi idealismo, pero creo que es momento de generar acciones desde el lugar en que nos sentimos parte del movimiento lésbico y aventurarnos a pensar estrategias desde nuestro feliz lugar marginal, arriesgándonos al menos a nombrarnos, visibilizarnos… a cobrar existencia real. Si el matrimonio igualitario se impuso en la agenda del movimiento no creamos que eso acaba nuestra acción.
Quizás sea momento de que nos afiancemos en nuestra radicalidad frente a un movimiento lésbico multicolor que nos opaca. Hemos olvidado el revolucionario acto de nuestra unión, nuestra “potencia tortillera”.
Pienso que las dificultades en pensarnos colectivamente, en no poder coordinar o en encontrarnos sólo en la presentación de algún libro de lesbianas quizás se corresponda a que si bien no luchamos por la implementación de una agenda política cívica, algunos elementos de la política moderna (entendiendo por esta aquella creada hace mas de 2 siglos por y para hombres) se ha ido entrometiendo en nuestros asuntos y rompiendo algunos lazos de confianza. Así parte del movimiento agradece y festeja los triunfos en términos de ciudadanía y la otra parte se queda aislada aquejumbrada. Podría suponer que en nuestra lucha nos han ganado cuando veo las diferencias que también se generan al interior de esta parte del movimiento por ciertas referentes que pretenden -casi en una disputa de divas y desconociendo el legado feminista que tiene el movimiento lésbico- ser la cabecilla de ciertos procesos desconociendo el trabajo colectivo. Del mismo modo debería haber una autocrítica por el abuso de quienes estan mas experimentadas en hacer de las jovenzuelas uso de mano de obra barata reproduciendo las peores prácticas capitalistas y de poder.
Creo que es momento de poner coto a esta situación y volver a pensarnos, encontrarnos, revitalizar el radical vínculo entre lesbianas, reconocernos desde la disidencia, fomentar los encuentros, transmitirnos las experiencias. Deberíamos seguir escribiendo nuestra historia, revalorizar nuestras experiencias disidentes como la realizada por las lesbianas de Mendoza. Nuestra agenda radical debería buscar estrategias donde las lesbianas quepamos en función de nuestras necesidades, y con esto me refiero a salud, trabajo y educación. Debiéramos garantizar la no discriminación y a su vez tener el as bajo la manga ante las situaciones de agresividad (hacia las lesbianas y entre lesbianas) sin tener que esperar los pasos de las burocracias. Creo que nuestras exigencias deberían comenzar por la garantía de la educación sexual en las escuelas donde la heterosexualidad no sea lo natural sino una opción mas, donde no se conciba a la biología como destino, sino como otra invención cultural. Deberíamos asegurar la planificación de programas de salud donde se comprenda las necesidades particulares de las lesbianas, como los métodos de cuidados sexuales, solo por citar un ejemplo.
Creo en pocas palabras que es momento de recobrar nuestras experiencias, la cultura oral como base de transmisión de la cultura lésbica. Nadie nos enseñó a ser lesbianas, a cómo enfrentar la lesbofobia, a que decir ante una agresión en cualquier espacio, a como disfrutar plenamente de nuestra sexualidad y aventurarnos tras nuestros deseos. Quizás sea momento de que promovamos encuentros quitándonos las pesadas vestimentas de hacer política en términos modernos masculinos, para poder explorar y explotar nuestra infinita creatividad lésbica entre más y más compañeras promoviendo tratos equitativos de respeto, autonomía e igualdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario