Archivo documental digitalizado del activismo lésbico, conformado por el registro de producciones gráficas y teóricas, registros fotográficos y sonoros, encuentros reflexivos y acciones callejeras de grupos y activistas lesbianas de diferentes momentos históricos, múltiples posiciones políticas, y diversas geografías de Argentina. Está en permanente construcción, envianos tus aportes y colaboraciones.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Carli Prado



Carli Prado, es entrerriane, actualmente viviendo en la ciudad de Rosario. Profe de filosofía, habiendo estudiado en Mendoza.  Escribe también poesía y gestiona un ciclo que es el Slam de Poesía Oral de Rosario.
Personalmente, está en un proceso de elegirse el nombre, por eso Carli. Se define como:  "Habitando 'entres' de una identidad no binaria, particularmente en torno a mi ser lesbiana, no "mujer"."

Torta hoy.

El otro día me pusieron en duda, ¿qué es identificarme torta? No se trató de la pregunta ontológica por el ser de la cosa sino de mi identificación política. ¿qué es una identificación política? Hacía mucho que no me lo preguntaba si es que alguna vez me lo había preguntado.
Desde mi última relación heterosexual, parcialmente revolucionaria pero fundamentalmente ortodoxa, me he preguntado varias veces en torno a mi deseo: ¿quiénes me gustan? Y, sin embargo, no puedo responder de manera universal.



Ya no me gustan cierto tipo de chabones, pero no puedo negar que eventualmente me parecen lindos. Me gustan las pibas, pero no todas las pibas. Me ha gustado una persona fuera del régimen del género. Hay una trava con la que me encantaría conocerme. Mi deseo, de tan polimorfo, no cabe en una nomenclatura. Qué se yo, quizá por eso nunca me cerró la idea de hacerme un tinder: ¿hombres, mujeres? Como si no hubiese otro registro del deseo sexoafectivo que no sean los binomios genéricos, o genitales. Porque aunque toda la historia de occidente (‘eso’ que llamamos occidente) cargue dicotomías, ¿quiere eso decir que el deseo es ‘a’ y/o ‘b’? Pareciera que, después de tanta agua corrida por debajo del puente, no terminamos de corrernos de la lógica aristotélica.
¿Gano algo en el terreno del saber diciendo que me gustan personas singulares? Quizá para el neopositivismo no sirve mi particularidad infinitesimal, pero no tengo otra forma de decirlo. Me gustan personas que no comparten un patrón característico y tampoco tengo ganas de ubicarles en la taxonomía, de hacerles coincidir. ¿Mi deseo es pansexual? Posiblemente, según cómo lo definamos. Pero también puede ser clasista y racializado. No me interesa ponerle un nombre sino explorar sus márgenes, y deconstruirlos. Porque, claro, el deseo tampoco es natural. Y ojo, eso no quiere decir que no tengamos deseo específicos, ni niega la existencia particular del deseo, sino más bien lo posiciona como una tecnología deseante. Que no sea natural no lo inscribe en el orden de lo falso, ¿o sí? Sin embargo, lo que fue puesto en cuestión era otra cosa.
Si damos por cierto que la identidad política define al deseo, entonces nuestra identidad política debiese ser también polimorfa, o fluctuante. En parte lo es, también, pero ¿son lo mismo? Me lo tuve que preguntar.
Yo me identifico como torta no porque quiera instaurar la exclusión de todo un espectro de corporalidades en/de mi devenir, sino porque me parece que todavía son necesarias visibilidades y políticas públicas (a menos que hagamos estallar el estado-nación) respecto de nuestras relaciones lésbicas, de nuestros cuidados, nuestras atenciones médicas, etc. pero también porque me parece que si no se nace ‘mujer’, si esa categoría se inscribe en el orden de una relación de dominación con respecto al hombre, si es un concepto funcional a determinado tipo de relación de poder, entonces las lesbianas no son mujeres (Wittig) y hay una diferencia radical entre el movimiento de mujeres y la existencia de un sujeto mujer, al menos en lo referido a su supuesta “condición natural”.
Pero esto lo articulé después de haber vuelto a casa, al otro día, rosqueando, porque en ese momento lo que estaba frente a mí era la consigna de que decirse torta era condicionar al sujeto con quien me vinculo, a la sujeta. “Reducir” el campo del deseo a través de esa identidad que, aparentemente, sesgaba todos los ejes de mi gustar a una concha. Al menos eso entendí que me decían. Y claro, cómo no me iba a quedar rosqueando, fue lo más parecido a un insulto que me dijeron desde hace unos meses, cuando un señor oyente de una de mis ponencia sobre autocrítica a la disidencia institucionalizada me mandó a leer Preciado. Él no sabía que lo cité en esa misma ponencia como supongo que acá tampoco hubo mala onda pero, de pronto, en ese discurso lo lesbiano rozaba lo terf.
Me preocupó, no sólo porque me tomo las cosas de manera muy personal sino porque, también, me parecía sospechoso y paradigmático. Mi primera conclusión es que, si la filosofía sirve para algo, es para dudar cuando algo no te cierra. ¿Por qué mi identidad política ‘reduce’ mi campo de deseo? ¿no viene la identidad política a tratar de nombrar, en el orden de las inteligibilidades nominales, cierto espectro de un deseo ya latente o ya en acto? ¿no viene mi identificarme torta a reclamar un espacio en las tecnologías del cuerpo, en el aparato médico sanitario? ¿no viene mi yo torta a quebrantar -un poco- la lógica doméstica del trabajo? ¿no viene mi convivencia tortillera a horrorizar vecinos y vecinas? A jefes y jefas, colegas, administratives, amantes de la familia tradicional o ensamblada pero siempre hetero.
Lo que más grave me pareció fue eso de definir a otre. Definir a otre a través de mi identidad política. Definir a otre bajo la figura de la imposición. Definir como colonización. ¿A quién defino cuando me digo torta? ¿Las tortas son necesariamente mujeres: relaciones entre mujeres? Pero, si las lesbianas no son mujeres, entonces, ¿a quiénes ‘excluyo’ en esta definición, a quién defino desde mi identidad política?
A la par de releer Wittig y val flores, lo consulté con amigues, porque también va de eso ¿no? Y, quizá como era esperable, me dijeron que les parecía que nada que ver. Yo igual me quedé rosqueando para tratar de responderme algo al menos. Entonces, creo que ser torta es todo eso que digo acá y, sobre todo, un montón de orgullo de saber que entre nosotres también se discute y se rearticulan sentidos. Torta para abandonar una esi heteronormativa, torta para gestionar deseos, torta para rearticular el trabajo doméstico, torta no mujer, torta para ponerme vestido y maquillarme, torta para dejarme los chivos, torta para existir y para resistir, torta para pelear. Torta para quizá, más adelante, devenir otra cosa. Torta hoy.


Fuente: propia

Agradecemos a Carli Prado el envío de este material y los datos biográficos para su presentación.



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